Le esperaba un largo viaje por todo el país. Horas y horas por carretera, con mil incomodidades de espera. El viaje lo iba a hacer de noche y no sería nada estimable. Entre cabezada y cabezada, dolores o posturas desagradables. El cansancio acumulado, le harían que le pesaran los párpados, que quedara adormilado entre carreteras nacionales y extravíos variados.
Así que en aquel viaje, entre fragmento soñado y fragmento esperado, aparecería en un campo, en blanco y negro. Parecía un domingo de caza, del siglo pasado. Bien ataviado, con su escopeta en la mano, iba pendiente de cualquier animal que pudiera ser cazado. Miraba al frente y vió dos espantapájaros entre la maleza frondosa del campo, detrás algunos árboles pelados. En aquel mismo instante contempló como aquellos espantapájaros se movían y se dijo: "espantapájaros que se mueve, pájaro posado". Por lo que poniendo su escopeta en disposición, apuntó y disparó a quema ropa. Al segundo, dos gritos desesperados, uno de cada espantapájaros y dos cayos de sangre brotando, formaron un pequeño lago. El cazador se acercó asustado, no tanto por la sangre que podía ser de algún pájaro, sino por los gritos que de allí habían emanado. Cuando se acercó los contempló y arrodillado, tiró la escopeta al suelo, reconoció aquellos rostros disfrazados, eran sus dos hijos, que habían ido a jugar al campo, y para cazar un pájaro se habían disfrazado de espantapájaros.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Así que en aquel viaje, entre fragmento soñado y fragmento esperado, aparecería en un campo, en blanco y negro. Parecía un domingo de caza, del siglo pasado. Bien ataviado, con su escopeta en la mano, iba pendiente de cualquier animal que pudiera ser cazado. Miraba al frente y vió dos espantapájaros entre la maleza frondosa del campo, detrás algunos árboles pelados. En aquel mismo instante contempló como aquellos espantapájaros se movían y se dijo: "espantapájaros que se mueve, pájaro posado". Por lo que poniendo su escopeta en disposición, apuntó y disparó a quema ropa. Al segundo, dos gritos desesperados, uno de cada espantapájaros y dos cayos de sangre brotando, formaron un pequeño lago. El cazador se acercó asustado, no tanto por la sangre que podía ser de algún pájaro, sino por los gritos que de allí habían emanado. Cuando se acercó los contempló y arrodillado, tiró la escopeta al suelo, reconoció aquellos rostros disfrazados, eran sus dos hijos, que habían ido a jugar al campo, y para cazar un pájaro se habían disfrazado de espantapájaros.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
No hay comentarios:
Publicar un comentario