Creo que me comprenderán cuando digo que nada es igual sin ella. Yo estaba acostumbrado a escuchar pacientemente sus gritos, acostumbrado a sus codazos, que ya apenas me dolían, a sus collejas que ya no me despeinaban, en fin. Hasta el gato nota el cambio, pues antes siempre andaba por ahí, medio oculto bajo las camas, y ahora se pasea de forma ostentosa por toda la casa y hasta se sube a las camas.
Nada es lo mismo sin ella. El televisor me regala documentales sobre la naturaleza, en lugar de aquellos apasionantes salsa rosa que Marisol siempre veía; Las patatas fritas con huevo, o la sopa fría e insípida, han dejado paso a sabrosísimas fabadas de lata, o lentejas con chorizo, que sólo hay que calentar unos minutos y ya las puedes comer.
En verano, dormir junto a ella era terrible, y no por sus intermitentes y sensuales ronquidos, ni por sus dulces pedos, pero en invierno era aún peor, pues se liaba la manta (o las mantas, si yo buscaba otra) y me dejaba siempre destapado.
Desde que Marisol no está, todo es distinto. Aunque debo de confesar que nunca se fué, que sigue ahí, bajo el rosal del jardín donde con infinita ternura la enterré.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Nada es lo mismo sin ella. El televisor me regala documentales sobre la naturaleza, en lugar de aquellos apasionantes salsa rosa que Marisol siempre veía; Las patatas fritas con huevo, o la sopa fría e insípida, han dejado paso a sabrosísimas fabadas de lata, o lentejas con chorizo, que sólo hay que calentar unos minutos y ya las puedes comer.
En verano, dormir junto a ella era terrible, y no por sus intermitentes y sensuales ronquidos, ni por sus dulces pedos, pero en invierno era aún peor, pues se liaba la manta (o las mantas, si yo buscaba otra) y me dejaba siempre destapado.
Desde que Marisol no está, todo es distinto. Aunque debo de confesar que nunca se fué, que sigue ahí, bajo el rosal del jardín donde con infinita ternura la enterré.
Autor: D. José María Martín Rengel.
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