Era un viernes de un frío invierno. Recogió sus escasas pertenencias y lentamente descendió las escaleras de la catedral. Había conseguido un bocadillo de sardinas, pero decidió comérselo en el cajero automático donde dormía habitualmente, aunque por el camino adquirió un cartón de vino.
Casi al mismo tiempo, endomingados hijos de papá con dinero en los bolsillos, con los zapatos brillantes y las camisas bien planchadas por mamá, salen a la calle en busca de diversión.
El hombre del cajero se ha comido su triste bocadillo, se ha bebido el vino para dormir mejor, y se ha envuelto en su vieja manta. Para combatir el frío se ha encogido en postura fetal, e invisible bajo la manta, duerme el sueño de los fracasados. Y sueña que a la mañana siguiente, nadie le va a quitar el sitio en las escaleras de la catedral en donde recoje algunas monedas, y si hay suerte, es posible que hasta pueda permitirse tomar un café con leche bien caliente.
Los hijos de papá no se han divertido, no han conseguido a ninguna chica y vuelven al calor de sus casas con cierta frustración. Al pasar junto a un cajero ven un bulto sobre el suelo y se miran con complicidad. Luego penetran en el cajero y lo despiertan a patadas. El hombre no intenta defenderse, sabe que son 3 y no puede hacer nada contra ellos, salvo no despertar su ira.
Aquellos que lo tienen todo, se ensañan con quien no tiene nada, y viendo que no se defiende le insultan: !Maricón de mierda¡ y mientras, continúan dándole patadas. Cuando ya se han divertido bastante, se marchan presurosos. El hombre agoniza ensangrentado sobre el frío suelo.
De nada les sirvió llorar ante el tribunal, y sus palabras de arrepentimiento no fueron creídas: Las imágenes grabadas por la cámara del cajero eran demasiado expresivas, y ya se sabe...Una imagen, vale por mil palabras.
Ahora, los hijos de papá no llevan camisas planchadas, ni zapatos lustrosos. Los viernes por la noche, no son especialmente divertidos en la cárcel.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Casi al mismo tiempo, endomingados hijos de papá con dinero en los bolsillos, con los zapatos brillantes y las camisas bien planchadas por mamá, salen a la calle en busca de diversión.
El hombre del cajero se ha comido su triste bocadillo, se ha bebido el vino para dormir mejor, y se ha envuelto en su vieja manta. Para combatir el frío se ha encogido en postura fetal, e invisible bajo la manta, duerme el sueño de los fracasados. Y sueña que a la mañana siguiente, nadie le va a quitar el sitio en las escaleras de la catedral en donde recoje algunas monedas, y si hay suerte, es posible que hasta pueda permitirse tomar un café con leche bien caliente.
Los hijos de papá no se han divertido, no han conseguido a ninguna chica y vuelven al calor de sus casas con cierta frustración. Al pasar junto a un cajero ven un bulto sobre el suelo y se miran con complicidad. Luego penetran en el cajero y lo despiertan a patadas. El hombre no intenta defenderse, sabe que son 3 y no puede hacer nada contra ellos, salvo no despertar su ira.
Aquellos que lo tienen todo, se ensañan con quien no tiene nada, y viendo que no se defiende le insultan: !Maricón de mierda¡ y mientras, continúan dándole patadas. Cuando ya se han divertido bastante, se marchan presurosos. El hombre agoniza ensangrentado sobre el frío suelo.
De nada les sirvió llorar ante el tribunal, y sus palabras de arrepentimiento no fueron creídas: Las imágenes grabadas por la cámara del cajero eran demasiado expresivas, y ya se sabe...Una imagen, vale por mil palabras.
Ahora, los hijos de papá no llevan camisas planchadas, ni zapatos lustrosos. Los viernes por la noche, no son especialmente divertidos en la cárcel.
Autor: D. José María Martín Rengel.
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