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jueves, 8 de agosto de 2013

Ajedrecísta jubilado.

El viejo Steinitz acudió al café como cada día  Sus días de gloria habían pasado, pero él se mantenía digno en su trono imaginario, a pesar de que ya no tenía fuerzas para competir contra los jóvenes lobos, hambrientos de torneos. El ya no necesitaba la gloria  pero sí el dinero, y por eso a veces aceptaba jugar contra aficionados con una apuesta de por medio.
   Había uno, especialmente obstinado, que pagaba religiosamente sus comidas. Día tras día  se sentaba lleno de ilusión frente al viejo campeón, e ineludiblemente, siempre perdía. Luego se levantaba de la mesa, estrechaba la mano de Steinitz, y dejaba sobre la mesa el billete.
   Un día  Steinitz fué aconsejado por un viejo amigo: Este tío es un chollo sí, pero un día se cansará de perder, no volverá, y tu perderás su dinero. Quizás -le dijo- deberías de mantener su ilusión, dejándote ganar un día  Steinitz lo pensó, esas apuestas diarias le venían muy bien, y no convenía perder tan valioso y necesario ingreso: Se dejaría ganar una partida, para no desanimar al chico.
   El pobre Steinitz, estuvo haciendo jugadas flojas a propósito, y finalmente quedó perdido y se rindió. A su joven rival se le iluminó el rostro, la alegría le desbordaba, y entonces exclamó: !!Hurra¡¡ !Por fin logré mi sueño dorado de vencer a un campeón! Entonces se levantó, recogió el billete de la apuesta, y nunca jamas se le volvió a ver por allí.  

Autor: D. José María Martín Rengel.


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