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jueves, 5 de septiembre de 2013

Solamente una vez.

Si pudiera hablarse de la gloria como de un plato -tal vez un postre- Katherin podía asegurar haber comido mucha gloria  Su carrera cinematográfica había sido casi incomparable, y eso a pesar de que esos imbéciles de la academia se habían negado a otorgarle el Oscar que tanto merecía. Sus películas siempre fueron un gran éxito de taquilla, el público la adoraba allá por donde iba; había amasado una nada despreciable fortuna, y ahora ¿Que le quedaba? La certeza de haberse perdido algo la reconcomía; Nunca había amado realmente a nadie salvo a sí misma, y sabía que había sido culpa suya.
   No es que no lo intentara ¿Lo había intentado? Dos matrimonios y una larguísima lista de romances decían que si, pero ella sabía que no era cierto. Se había casado con un colega de profesión y luego con un productor muy conocido, y ambos matrimonios estaban muertos antes de empezar; el enorme ego de ambos, la total incapacidad para el mínimo sacrificio, ya fuera en tiempo o en dedicación los habían abortado. Luego estaba Hollywood, las grandes fiestas, los periodistas, los rumores...
   Una noche de fiesta desenfrenada se había llevado a su casa a un guionista de segunda fila, al salir de la fiesta, le había pedido al tipo que se escondiese entre los asientos del vehículo para que nadie pudiese verle, y el tipo había accedido. Luego en su casa sacaron la botella, pusieron música y el tipo era todo paciencia y amabilidad. Él le habló de sus guiones, de sus planes para algunas películas, y ella se rió con poco disimulo. Finalmente, la diosa se bajó de su Olimpo para convertirse en una mujer de carne y hueso, y entonces pasaron la noche como lo que eran: un hombre y una mujer. Pero a la mañana siguiente, la mujer cedió su lugar a la diva, y como suele decirse: "Si te he visto no me acuerdo". El guionista fué sacado de la mansión por la puerta de atrás y disfrazado de jardinero.
   Años después, a Katherin le dolía no recordar ni siquiera el nombre de aquel guionista  Pero en cambio si recordaba cómo la había tratado, o la risa que le entró cuando el hombre preguntó si podía ya levantarse del suelo del coche, o la ternura con que la había besado, un poco nervioso aún, como un cordero que no sabe si lo van a llevar al prado o al matadero, pero que igualmente está dispuesto a lo uno o a lo otro. Sólo cuando se bajó del tiovivo en que se hallaba, tras cansarse inevitablemente de dar vueltas sin sentido, sólo entonces recordó con nostalgia aquella noche maravillosa.
  Fué con un tipo que no buscaba salir en la foto ni ser entrevistado, un tipo al que lo único que le importaba era la mujer que se escondía bajo la apariencia de una estrella, y que aquella noche la encontró como ningún otro la había encontrado, ni antes ni después.

Autor: D. José María Martín Rengel.



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