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jueves, 29 de agosto de 2013

Buscando a Pablo.

Creo que fué por error cuando recibí el primer e-mail de Pablo, por tanto el segundo fué de disculpa. Aquel hombre escribía con una naturalidad asombrosa y así nos hicimos amigos. Invariablemente me escribía casi cada día, y yo contestaba casi de inmediato. Me habló de su vida pasada, de su incertidumbre actual, de su fracaso sentimental, y de su afición a escribir.
   Prontamente empecé a animarle a que escribiera su novela, asegurandole con sinceridad que tenía talento para ello, que a mi me encantaba su estilo claro e incisivo, a veces poético y otras veces sarcástico, pero él decía que no estaba seguro de poder esforzarse para un trabajo tan incierto.
   Nuestra correspondencia continuó unos meses, aunque yo notaba su esfuerzo por disimular cada vez más su situación económica; Es curioso el hecho de que las cosas que no se dicen, las cosas de las que no se habla, acaban por tener entidad y significado.
   Finalmente dejaron de llegar sus simpáticos e-mails. Simplemente desapareció, aunque mucho más tarde supe que se hallaba literalmente en la calle. Yo por mi parte, fuí a ver a una amiga editora, le mostré los e-mails y se le ocurrió la idea de editarlos en forma de libro. Yo pasaría por ser  la autora, aunque ambas sabíamos que mi labor sólo fué recopiladora.
   No sé porqué, pero no me sorprendió el éxito del libro. De repente yo era una joven escritora con un libro que se vendía y no dejaba de reeditarse; me ví dando entrevistas a prensa y radio  y mi cuenta corriente triplicó sus dígitos.
   Un día que yo estaba firmando ejemplares, se me acercó un hombre: Soy Pablo -me dijo-. Para mi fué un shock, allí estaba el hombre que había escrito mi libro, vestido como un pordiosero, desaseado y hambriento. Le abracé y le hice sentarse, le pedí que esperase a que terminara con aquello y que después, juntos iríamos a comer, a conversar... necesitaba explicarle.
    Durante unos 15 minutos, permaneció sentado, casi desapercibido, y sonriéndome cada vez que yo le dirigía la mirada, pero en una de las ocasiones en que miré hacia donde él se hallaba sentado, ví la silla vacía: había volado.
    Escribo ésto por si alguien sabe quien es, o cómo localizarlo: Necesito hablar con él, y que todo el mundo sepa que no fuí yo quien escribió ese libro: Que yo sólo me limité a juntar todas sus cartas en un único volumen, y que además...Le amo.

Autor: D. José María Martín Rengel.


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