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miércoles, 14 de agosto de 2013

Sacrificio.

Eramos unos niños cuando la guerra llegó hasta nuestro pueblo. Nos explicaron que los enemigos de nuestra patria, se acercaban desde mas allá del otro lado del gran río  y que nos acechaban para invadir nuestra tierra.
Recuerdo a los soldados marchando hacia el frente, entre ellos iba mi hermano mayor, a quien nunca mas volvimos a ver.
   Éramos unos niños y no entendíamos gran cosa, pero recuerdo haber visto el miedo en los ojos de mi abuelo; Mi abuelo cazaba osos y nunca había tenido miedo, o al menos yo nunca lo había visto asustado. Fué mi abuelo quien me enseñó a distinguir a nuestros aviones de los enemigos. A veces, mientras el enemigo intentaba cruzar el río  nuestros aviones luchaban en el aire, y desde nuestro pequeño refugio  veíamos caer con pena a los nuestros, aunque casi siempre saltaban en paracaídas antes de que el avión se estrellase contra el suelo; También nos alegrábamos cuando quien caía era un avión enemigo.
   Todo el pueblo fué trasladado a la ciudad, una enorme ciudad que yo nunca había visto, con grandes edificios y amplias avenidas. Fué allí donde vi a aquel que se convirtió en mi héroe desconocido. Aquel avión había derribado dos aviones enemigos, y nosotros aplaudíamos emocionados hasta que vimos salir humo por su cola, le habían alcanzado. El avión parecía venir en nuestra dirección, así que pensamos que el piloto caería cerca de nosotros, pero no saltaba. Pasó por encima de nosotros y cayó en un campo en las afueras: el piloto no había saltado.
   -¿Porqué no saltó en paracaídas? -pregunté a mi abuelo.
    Mi abuelo me explicó entonces que el piloto nos había visto, y que no pudo saltar abandonando el aparato, pues éste nos podía haber caído encima y habernos aplastado. Aquel aviador prefirió alejar el avión de nuestras cabezas aún a costa de su vida.
    Mis amigos y yo, solíamos depositar flores en el lugar en que cayó.

Autor: D. José María Martín Rengel.


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