Fué en un verano muy caluroso. Yo caminaba con pesadez bajo el inclemente sol del mediodía y al pasar junto a un pequeño jardín, busqué la sombra y entonces lo ví. Era un pajarillo que por su pequeño tamaño, pensé que se habría caído del nido. Daba saltitos y no se dejaba atrapar, aunque finalmente lo logré y me lo llevé a casa. Sólo pensaba en cuidarlo hasta que se fortaleciera, en la creencia de que si lo dejaba allí en aquel pequeño jardincito, no podría sobrevivir.
Ya en casa, intenté darle agua pero no bebía. Luego le dí miga de pan empapada en agua pero tampoco quiso. Entonces probé a darle insectos y acerté. Logré atrapar vivas -no sin esfuerzo y tras muchos intentos- varias moscas a las que arranqué las alas antes de ofrecérselas y el se las comió. Mas tarde le llevé hormigas pequeñitas y creo recordar que también se las acabó comiendo. Al llegar la noche, le hice un nido con un viejo trapo, en el interior de un viejo casco de motociclista.
Bien, parecía que confiaba en mi, aunque quizás era porque no le quedaba otro remedio. Por la mañana lo saqué del casco-nido y lo deposité en suelo. No se alejaba. De nuevo le proporcioné insectos que fuí buscando, pero agua no quiso beber. Así lo tuve 4 o 5 días y entonces decidí llevarlo a un gran parque que había cerca.
Yo caminaba buscando insectos, mientras él reposaba tranquilo sobre la abierta palma de mi mano. Me encontré una pequeña oruga, que él devoró con satisfacción. Lo mas asombroso !Increíble! fué cuando una avispa se posó entre mi brazo y mi mano: Se lanzó con rapidez y sin dificultad, y fué visto y no visto.
Ya lo había alimentado bastante por hoy -pensé- , y decidí encaminarme a mi casa. Pero de pronto, sin avisar, saltó de mi mano y se elevó !Volaba! Intenté seguirlo con la vista, pero finalmente lo perdí. Quizás ya era adulto y se sentía con fuerzas para vivir su vida de pájaro sin mi ayuda.
Se fué volando, pero por alguna extraña razón, han pasado los años y jamás lo he olvidado.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Ya en casa, intenté darle agua pero no bebía. Luego le dí miga de pan empapada en agua pero tampoco quiso. Entonces probé a darle insectos y acerté. Logré atrapar vivas -no sin esfuerzo y tras muchos intentos- varias moscas a las que arranqué las alas antes de ofrecérselas y el se las comió. Mas tarde le llevé hormigas pequeñitas y creo recordar que también se las acabó comiendo. Al llegar la noche, le hice un nido con un viejo trapo, en el interior de un viejo casco de motociclista.
Bien, parecía que confiaba en mi, aunque quizás era porque no le quedaba otro remedio. Por la mañana lo saqué del casco-nido y lo deposité en suelo. No se alejaba. De nuevo le proporcioné insectos que fuí buscando, pero agua no quiso beber. Así lo tuve 4 o 5 días y entonces decidí llevarlo a un gran parque que había cerca.
Yo caminaba buscando insectos, mientras él reposaba tranquilo sobre la abierta palma de mi mano. Me encontré una pequeña oruga, que él devoró con satisfacción. Lo mas asombroso !Increíble! fué cuando una avispa se posó entre mi brazo y mi mano: Se lanzó con rapidez y sin dificultad, y fué visto y no visto.
Ya lo había alimentado bastante por hoy -pensé- , y decidí encaminarme a mi casa. Pero de pronto, sin avisar, saltó de mi mano y se elevó !Volaba! Intenté seguirlo con la vista, pero finalmente lo perdí. Quizás ya era adulto y se sentía con fuerzas para vivir su vida de pájaro sin mi ayuda.
Se fué volando, pero por alguna extraña razón, han pasado los años y jamás lo he olvidado.
Autor: D. José María Martín Rengel.
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