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miércoles, 7 de agosto de 2013

El tren perdido.

Lo teníamos todo bien planeado. El tren partía a las 11 de la noche desde la estación de Bilbao. Al llegar a Zaragoza, ya de madrugada, caminaríamos hasta la casa de un amigo de Esteban, allí dormiríamos hasta que amaneciese, y luego iríamos en autobús hasta el pequeño pueblo que era nuestro destino.
   Éramos 6: tres chicos y tres chicas, y aunque tan sólo éramos amigos, nosotros pensábamos que acabaríamos siendo tres parejas. De hecho, el grupo pasó dos semanas estupendas en un pueblo olvidado, y antes del tercer día  se constituyeron dos parejas. Sólo Celia estuvo sola.
    Fué un verano de esos que jamás se olvidan. Cuando el dulce aroma de la adolescencia, aún pervive entre los jóvenes que ya sueñan como adultos. Sin duda, iba a ser una experiencia de esas que se recuerdan cuando ya la vida te ha domesticado, y ha pateado tus ilusiones, convirtiéndote en un tipo muy distinto del que entonces soñabas ser. Pero que al menos, atesora dulces recuerdos de cuando el gran hermano, aún no había repartido las cartas.
   La pena, es que yo perdí ese tren que se llevó a Celia y muchas mas cosas.

Autor: D. José María Martín Rengel.


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