Aquel invierno en Moscú fue el peor en muchos siglos. El frío se apoderó de todo, el hielo lo paralizó todo, la nieve lo cubrió absolutamente todo. En una de las calles de Moscú con una profunda noche, en un rincón oscuro, tétrico y desértico para la vida, un hombre harapiento bebía vodka, a su lado la muerte le susurraba: "sí estúpido bebe, que tras el letargo vendrás conmigo al miserere".
A eso que apareció un hombre recio, bien protegido del frío, sereno y con aire de ser bueno. Le dijo aquel hombre harapiento: "¿necesitas ayuda? ¿te gustaría pasar la noche a cubierto?. A lo que el hombre harapiento dijo: "no amigo, hoy duermo con mi compañero aquí presente". "¿qué amigo? preguntó aquel buen hombre", "la muerte" respondió el hombre harapiento. La muerte extrañada pensó: ¿cómo puede saber que estoy aquí?.
En aquel mismo instante la respuesta salió en forma de diálogo entre los dos hombres. El buen hombre le dijo: "¿cómo que la muerte? aun estás vivo y sí te arrepientes no debes de fustigarte bebiendo hasta quedar inconsciente bajo el frío y la nieve". Respondió entonces el hombre harapiento: "Tienes un mal gesto buen hombre, me quieres obligar a creerte, cuando yo no juzgo, tan sólo la aprehensión es mi semblante".
Autor. D. Jesús Castro Fernández.
A eso que apareció un hombre recio, bien protegido del frío, sereno y con aire de ser bueno. Le dijo aquel hombre harapiento: "¿necesitas ayuda? ¿te gustaría pasar la noche a cubierto?. A lo que el hombre harapiento dijo: "no amigo, hoy duermo con mi compañero aquí presente". "¿qué amigo? preguntó aquel buen hombre", "la muerte" respondió el hombre harapiento. La muerte extrañada pensó: ¿cómo puede saber que estoy aquí?.
En aquel mismo instante la respuesta salió en forma de diálogo entre los dos hombres. El buen hombre le dijo: "¿cómo que la muerte? aun estás vivo y sí te arrepientes no debes de fustigarte bebiendo hasta quedar inconsciente bajo el frío y la nieve". Respondió entonces el hombre harapiento: "Tienes un mal gesto buen hombre, me quieres obligar a creerte, cuando yo no juzgo, tan sólo la aprehensión es mi semblante".
Autor. D. Jesús Castro Fernández.
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