Todo sucedió aquel tórrido verano. Una calor infernal, un tremendo varapalo. Estaba sentado en su sofá, cuando no sabiendo como, el reloj que estaba fijo en la pared, sobre aquel umbral, comenzó a derretirse. Él no daba crédito a lo que veía, se restregaba los ojos y sonreía. Pensaba, una visión ha de ser. Pero no, el reloj con la calor se derretía, al poco tiempo, todo el reloj era un líquido espeso que sobre el suelo fluía.
Se levantó corriendo, vió como el umbral, el mismo camino que el reloj emprendía; luego las paredes, los muebles. Asustado, echó a correr hacia la calle y observó como todo era líquido, todo se derretía.
No dando pie en su huida corrió y corrió hasta salir de la ciudad, pero todo lo que se derretía lo perseguía. Muy asustado, por lo anormal de la situación, corrió y corrió a tal velocidad que pronto fuera de la nación se encontró. Pero nada, la tierra y todo lo de su alrededor se consumía, llegó hasta los límites del continente y allí, acorralado, entre el océano, que cobardía le producía y la tierra, que en su contorno fluía, saltó gritando a viva voz: ¡escritor, malvado; deja ya de escribir que me tienes realmente acojonado!.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Se levantó corriendo, vió como el umbral, el mismo camino que el reloj emprendía; luego las paredes, los muebles. Asustado, echó a correr hacia la calle y observó como todo era líquido, todo se derretía.
No dando pie en su huida corrió y corrió hasta salir de la ciudad, pero todo lo que se derretía lo perseguía. Muy asustado, por lo anormal de la situación, corrió y corrió a tal velocidad que pronto fuera de la nación se encontró. Pero nada, la tierra y todo lo de su alrededor se consumía, llegó hasta los límites del continente y allí, acorralado, entre el océano, que cobardía le producía y la tierra, que en su contorno fluía, saltó gritando a viva voz: ¡escritor, malvado; deja ya de escribir que me tienes realmente acojonado!.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
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