La chica corría bastante. Iba delante de mi por uno de los senderos de arena, pero aparte de nosotros dos, no había nadie mas por allí a esas horas. Me estaba costando trabajo darle alcance, pero cada vez era menor la distancia que nos separaba. Ella volvía la cabeza hacia atrás cada vez con mayor frecuencia, y sus zancadas eran nerviosas y descoordinadas; No cabía duda de que ella iba a perder la carrera. Cuando llegamos a una ligera pendiente, yo estaba ya casi encima de ella, entonces se volvió y ví sus ojos asustados, ya era mia.
Calculé rapidamente la distancia que nos separaba, casi podía tocar su espalda, y no había tiempo que perder. Entonces levanté el hacha y se la incrusté en la espalda. Cayó como un juguete roto, sin emitir sonido alguno. La carrera había terminado.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Calculé rapidamente la distancia que nos separaba, casi podía tocar su espalda, y no había tiempo que perder. Entonces levanté el hacha y se la incrusté en la espalda. Cayó como un juguete roto, sin emitir sonido alguno. La carrera había terminado.
Autor: D. José María Martín Rengel.
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