Buscar este blog

lunes, 29 de julio de 2013

Carro sin dueño.

Durante aquella guerra, Estados Unidos invadió a los Españoles en sus territorios de Florida. Un carro destartalado de madera era tirado por dos caballos a toda prisa. Dos caballos de crines largas, uno negro y el otro blanco. Su dueño había muerto en la huida y pendía con medio cuerpo dentro, el otro medio colgando, sobre uno de los caballos. 
El carro llevaba una montaña de cadáveres de soldados, desnudos y ensangrentados. Las moscas pululaban sobre los cuerpos muertos por el olor de lo putrefacto. En medio de los muertos, un cuerpo caliente, el de un soldado, herido gravemente, pero acabado. Su mente recuperó la conciencia con el fuerte traqueteo del trote de los caballos, se arrastró durante largo rato para recuperar la superficie de la montaña del carro. Al poco de haber horadado entre los cuerpos muertos, salió con medio cuerpo hacia el final del carro. Un rastro de sangre marcaba el camino de los caballos, sobre el polvo de la senda cubierta de espesa fronda. Como pudo, el soldado, medio muerto, pero con un soplo de vida aun en los labios, se lanzó del carro. Desnudo, muy mal herido, confundido y perdido en medio del espanto. Cayó del carro en marcha, sobre la sangre y polvo derramados. Alzó la cabeza, miró a su derredor despacio y observando una vaguada estrecha en uno de los lados de la senda, se las compuso para llegar hasta ella, por donde podría escapar, en busca de una nueva vida y la libertad de la guerra, tan querida.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



No hay comentarios:

Publicar un comentario