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miércoles, 24 de julio de 2013

Bueno por error

Desde que era pequeño fue muy travieso. Las malas ideas y las peores intenciones eran su día a día. No sabía porque tenía esas horribles y perversas ideas. Pero sabía que le producía un grato placer el regocijo de la maldad. 
Así, un día, cuando era adolescente, observó que un amigo del instituto se aproximaba por una de las calles de New York. En ese instante pensó: "le pondré una zancadilla, para que se parta la crisma y así me reiré de él". Al poco tiempo, llegó su amigo pasando frente a él y lo saludo amablemente; él cuando su amigo lo saludo aparentando ser conciliador, le devolvió el saludo, una vez lo sobrepaso un palmo, le puso la zancadilla, su amigo tropezó y se cayó de bruces acabando en el suelo. Él empezó a reír pensando que le había salido bien y que su amigo se levantaría amohinado o enfadado. Pero no fue así, su amigo se levantó y le dió un abrazo, diciendo: ¡gracias amigo!, gracias a que me pusiste la zancadilla me acabo de encontrar este billete de 100 dolares y yo estaba muy preocupado porque no tenía para pagar las medicinas que le hacían falta a mi madre, gracias. Él se quedó simplemente pasmado. Ese día aprendió una buena lección.
Pasaron los años y llegó a ser un empresario responsable con un salario muy alto desempeñando un cargo loable. Pero sus malas ideas y sus perversiones continuaban siendo un elemento clave en su quehacer diario. Así, un día se dijo: "hoy voy a despedir a ese trabajador, porque trabaja mejor que yo, y eso no puede ser, que se busque otro pastel para comer". Así, lo llamó y lo despidió, pensando que el trabajador se enfadaría y se vengaría. Pero no, a los pocos días, el ex-trabajador apareció por la oficina de la gran compañía y pidió ver al director. Él cuando se lo comunicaron pensó: "ya está viene o a vengarse o arrastrarse por un poco de pan, ¡que bien me siento!". En eso que entró en su despacho el ex-trabajador y le dijo: "John, venía a darte las gracias. Porque sí no me hubieras despedido el otro día, no me habría ido a casa y no habría podido salvar a mi hija de una muerte segura. Cuando llegué a casa era temprano y mi hija, que ya había regresado sufrió un infarto. Además, gracias a ti, luego fui al hospital y en la sala de esperas, una vez mi hija estaba fuera de peligro, encontré un boleto premiado, por él que en unas horas seré multimillonario. Por eso, venía a darte las gracias y a invitarte a cenar sino estás ocupado". John, que estaba alucinado, dijo balbuceando: "me alegro y lo siento pero estoy muy atareado".  

El día de su muerte, en el último momento, John pensó: "por error en mi vida fui bueno, y el destino no me dejó ser malvado".

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



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