Aquel día todos acudieron a la batalla, Jerjes el primero, avanzaba con su carro de hierro. Las tropas avanzaron atacando al enemigo. La batalla estaba sentenciada, las tropas enemigas entre el polvo, el ruido y la sangre derramada huían en espantada.
Pero al instante, Jerjes, el gran rey del Imperio, con un salto que dió el carro, volcó, cayendo al suelo. Las tropas, observando que el rey no se veía ni a la altura de un guerrero, desistieron y pensando que el rey había retrocedido, huyeron despavoridos.
Alejandro viendo el revuelo y desconcierto del enemigo, ordenó el regreso al duelo, las tropas, lo siguieron. Jerjes, asustado como un niño por encontrase a la altura del suelo, con un tobillo lastimado y huyendo sus guerreros, se echó a temblar, cuando un grupo de sus guerreros lo recogieron y le dijeron: señor no tenga miedo, que es el dueño del mayor Imperio. El rey respondió, sí, pero no soy dueño de la vida, cuando por una torcedura de tobillo de dolor me muero.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Pero al instante, Jerjes, el gran rey del Imperio, con un salto que dió el carro, volcó, cayendo al suelo. Las tropas, observando que el rey no se veía ni a la altura de un guerrero, desistieron y pensando que el rey había retrocedido, huyeron despavoridos.
Alejandro viendo el revuelo y desconcierto del enemigo, ordenó el regreso al duelo, las tropas, lo siguieron. Jerjes, asustado como un niño por encontrase a la altura del suelo, con un tobillo lastimado y huyendo sus guerreros, se echó a temblar, cuando un grupo de sus guerreros lo recogieron y le dijeron: señor no tenga miedo, que es el dueño del mayor Imperio. El rey respondió, sí, pero no soy dueño de la vida, cuando por una torcedura de tobillo de dolor me muero.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
No hay comentarios:
Publicar un comentario