Fue en el siglo XVI, durante una radiante primavera. Estaban los dos en el laberinto del jardín del palacio real, entre flores coloridas, plantas aromáticas y árboles exóticos. Él corría tras su larga cabellera rubia, él la perseguía siguiendo sus delicados pasos por el laberinto entre los altos arbustos. A cada giro, era como un nuevo episodio del misterio que siempre es descubierto.
Persiguió su cabellera rubia y larga, hasta el rincón más oscuro y sombrío del laberinto. Cuando por fin, se volvió al alcanzarla y el mostacho el zampó un beso sobre negra barba. Él le dijo: "Ya es hora de que dejes de perseguirme señor conde, que ya tengo bastante con ser del rey y el obispo del palacio el amante, porque ya me dejaron esos dos, el ojo del ardor, como la gran fuente del armador".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Persiguió su cabellera rubia y larga, hasta el rincón más oscuro y sombrío del laberinto. Cuando por fin, se volvió al alcanzarla y el mostacho el zampó un beso sobre negra barba. Él le dijo: "Ya es hora de que dejes de perseguirme señor conde, que ya tengo bastante con ser del rey y el obispo del palacio el amante, porque ya me dejaron esos dos, el ojo del ardor, como la gran fuente del armador".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
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