La tormenta arreciaba con violencia mientras Mark conducía con precaución por una carretera interurbana. El paisaje de árboles y campos bajo la llúvia se vió repentinamente iluminado por la caída de un rayo cercano. Mark cerró los ojos por un breve instante para no perder el control del vehículo, pero cuando los abrió todo había cambiado. Fué como abrir los ojos en otro mundo, en otra dimensión, o en un mundo paralelo. Detuvo el coche para poder mirar con calma, y pensó que se estaba volviendo loco.
Los árboles eran unas figuras grotescas y monstruosas, de mayor tamaño y con gruesas ramas que colgaban como brazos. No se movían del suelo pero !Se movían! Desde detrás de una forma oscura y vaporosa, surgió un ser espeluznante. Era como un toro enorme y formidable pero caminada erguido sobre dos piernas; dos especie de ojos, de un rojo brillante, diríase luminoso, parecían mirarle amenazadores. El cielo de la noche era de un rojizo apagado, sin estrellas, sólo la lluvia parecía ser la misma.
Mark pensó que el rayo podía haberle causado algún tipo de conmoción y que sus sentidos le estaban engañando, aquello no podía estar ocurriendo. Pero sin dejar de mirar, vió como la forma oscura y vaporosa que había cerca de aquel extraño ser, se movió sin poder explicarse como, y empezó a tragarse al monstruo. Entonces, cuando puso el vehículo en marcha, decidido a alejarse de aquello, un nuevo rayo cayó muy cerca, entre él y la cosa.
Cuando abrió los ojos, los árboles eran normales, el cielo era negro de nuevo, y no había rastro alguno de su anterior visión. Aliviado, continuó su trayecto preguntándose qué diablos había ocurrido. A la mañana siguiente me lo contó a mi, con el ruego de que yo no se lo contase a nadie, cosa que hice, pues ésto que aquí les narro, puede pasar perfectamente por pura fantasía. Mark no se enfadará por ello, ademas, no se llama Mark.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Año 2233. Tras muchas decadas de decadencia, la renacida iglesia vive un vigoroso impulso. No hace mucho, se dieron a la luz nuevas y sorprendentes revelaciones. Un nuevo mesias había vuelto a dar su vida por la humanidad, y nadie se había enterado. Sólo ahora, tras mas de 200 años, el mundo podía conocer la verdad.
Allá por 1940, durante la conocida como II guerra mundial, en la Inglaterra acosada por los Alemanes, y durante un bombardeo aéreo había venido al mundo John. Su padre desapareció pronto de su vida, un hombre tan escéptico no podía creer que su hijo era en realidad fruto del altísimo; Dos mil años atrás, San José, padre de Jesús sí había aceptado sin dudar un hecho similar.
John formó un grupo con 3 discípulos mas: Paul, George, y Richard, y los 3 juntos viajaron a lo largo y ancho de todo el mundo difundiendo su mensaje de paz y amor y hermandad entre los hombres. Allá a donde iban, siempre los esperaba una multitud enfervorizada (aún se conservan algunas imágenes antiguas de la época). Tras casi 10 años, el grupo se separó, aunque John continuó difundiendo su mensaje: Paz y amor.
En 1980, desde New York, por entonces capital del imperio, John se dispuso a encontrarse con su destino: Un antiguo admirador (un moderno Judas) fué la mano encargada de conmocionar al mundo entero. John se iba de éste mundo y al hacerlo recobró gran fuerza su mensaje para los hombres: Paz y amor.
Un investigador ha hallado una grabación de la época: "Dad una oportunidad a la paz", y asegura que tan sólo se trata de un cantante (nunca faltan incrédulos que en su época fué muy famoso, el líder de los Beatles. No importa dicha herejía, hoy el culto a John es un hecho indiscutible.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Paseaba por aquel barrio de Nueva Delhi, llegaba tarde a su cita. Mientras iba hacia el encuentro, caminaba despacio escuchando a su fiel amigo Efraín. Éste le decía: "Samuel, juguemos a los dados, Ghanesa dice que es nuestro día de suerte". Samuel aturdido de tanto escucharlo, trataba de esquivar el eco del pensamiento y llegar lo antes posible a su cita. Pero Efraín, continuaba diciendo: "Hombre no seas cobarde, que seguro que puedes obtener grandes premios, loas y alabanzas con suerte".
Samuel, por fin vió al final de la última esquina la puerta donde estaba citado. Se apresuró corriendo y entró atropellando a muchos los que allí estaban, procedió a pasar con prisas. Cuando vió allí a su anfitrión, sintió un gran alivio, porque le dijo: "Hola Samuel, ¿cómo estás hoy?". Samuel ya un poco más calmado, se sentó y le dijo: "Doctor, Efraín no me deja, ahora quiere que juguemos a los dados, porque se lo dice Ghanesa". El doctor lo miró y le contestó: "Samuel ya te dije no dejarás de tomar tú tratamiento farmacológico, sino Efraín volvería a conversar contigo, tú sabes que Efraín, es tú amigo imaginario, ya te lo he explicado, y lo que Efraín te dice, es decir, sus dioses son un trastorno bipolar de la personalidad de Efraín. Pero para poder sanar tú esquizofrenia, no puedes abandonar el tratamiento porque Efraín te lo diga, sino que debes de tomar tu pastilla.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
La compañía de títeres daba esa noche un espectáculo en aquel teatro de Bueno Aires. Cuando aparecieron en escena, todo era ambiguo. Un escenario dentro de otro escenario, en el escenario de los títeres, se encontraban dos muñecos sostenidos por hilos que representaban a una compañía de teatro, para ser más exactos, a una compañía de sombras chinas. Los títeres eran manejados con gran maestría y tal era su movimiento que hilos parecía que no tenían. En tanto, narraban una historia con sombras chinas, como sí de humanos se tratara. Y la historia que era contada sobre la envidia versaba.
Las sombras chinas mostraban a dos caballeros. El uno era vecino del otro, porque cada uno era de un reino y a pesar de disponer de todo lo que necesitan, su avaricia, su envidia y su impudicia los arreciaba. Así, uno de ellos, que la envidia no controlaba, siempre se fijaba en lo que el otro reinaba. Un buen día, el primero de estos caballeros por una caída tuerto quedaba y el envidioso, pensando que en el mundo de los ciegos el tuerto reinaba, cogió dos alambres y los ojos se ensartaba. Quedando ciego, pensó: "ahora yo tengo más que tú, porque yo tengo dos ojos sin visión y tú sólo uno para la contemplación".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Pasó muchos años en aquella montaña. Todos los días realizaba su doctrina mental: se levantaba, se vestía su toga blanca con sus sandalias, salía a realizar ejercicio físico, respiraba aire fresco, especialmente en las estaciones que acompañaban, toma el Sol e iba a meditar bajo la cascada azul del manantial de agua.
Allí, sentía como caía gota a gota el agua sobre su cabeza y su espalda, escuchaba el susurro de las corrientes de agua, el revolotear de los peces que nadaban y el canto de las aves en la dulce mañana.
Al atardecer, regresaba a casa, en silencio, tras alimentarse de unas sabrosas viandas acompañadas de un poco de agua clara, se sentaba sobre la roca que tenía fuera de su casa, muy amplia, plana y ancha. Allí, recordaba toda lo que las gotas del manantial, que provenían de la cascada le narraban, y así lo redactaba, como un dictamen del pensamiento que proviene de la nada.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Lo primero que hice nada mas despertarme, fué mirar el teléfono Nada, no había ni llamadas ni mensajes, salvo los del día anterior !Que mierda! Demasiadas veces le dicen a uno eso de: Ya le llamaremos; cuando te dicen algo así, suele significar que no te van a llamar. Pero ésta vez no se trataba de un empresario o de una secretaria, yo esperaba una llamada muy distinta.
Dos días antes, yo había estado en una fiesta, y allí, en una atmósfera cargada de humo, de música, y de licores, entre risas y conversaciones de lo mas variado, yo había pasado unas horas maravillosas con aquella chica. Tenía la impresión, de que allí, entre nosotros dos, había empezado algo. Lo malo era que mi maldito teléfono no parecía pensar lo mismo, y allí estaba el muy cabrón, silencioso e inadvertido. Yo ya había contestado a un mensaje, y no pensaba que me tocara a mi enviar otro mas, quería hacerlo, pero mis normas me indicaban que no debía de hacerlo aún. Varias veces lo escribí pero siempre terminé por borrarlo: Debes esperar, -me dije-.
Lo que yo había entregado, no era un curriculum vitae acompañado de la vida laboral, yo no era un candidato mas para un determinado puesto, al que después de la entrevista -desechado ya- ni siquiera se le llama para decirle que no ha sido aceptado. Ademas, aquello no fué una entrevista, nos habíamos besado.
Por la tarde se me pasó el cabreo, me llamaron para otra estúpida entrevista, y recibí un mensaje delicioso...No no tenía nada que ver con la vida laboral.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Aquel tipo fuerte y de mirada inteligente se había hecho amigo mio finalmente, aunque ya hacía días que no lo veía. Luego estaba aquella mujer simpática, o al menos en sus gestos y en su mirada, porque yo apenas podía entender su jerga. Murmuraba algo sobre una semana que me quedaba; sobretodo, lo hacía mientras me acariciaba la frente suavemente y yo le lamía las manos. Luego empecé a entender.
No fué difícil A algunos, se los llevaban a sus casas algunas personas, y entonces no los volvíamos a ver mas; a otros en cambio, se les agotaba el tiempo de estancia, y tampoco los volvíamos a ver mas. Una mañana vino una familia con una niña, estuvieron mirándome un rato y yo traté de parecer simpático, pero no debí de gustarles lo suficiente, porque finalmente se llevaron a una perra pequeña y joven un poco tímida y asustadiza. Me alegré por ella, pues éste no es lugar para alguien tan joven.
Yo ya había vivido. En otro tiempo tuve un humano que me cuidaba y me daba largos paseos, yo solía caminar a su lado, casi sin despegarme de sus piernas, pues era un hombre muy mayor y yo tenía que estar pendiente él. Un día se lo llevaron y a mi me trajeron aquí creo que mi humano se convirtió en humo, y si no me sacan de aquí pronto, yo seré humo también y quizás pueda ir a donde esté él.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Durante aquella guerra, Estados Unidos invadió a los Españoles en sus territorios de Florida. Un carro destartalado de madera era tirado por dos caballos a toda prisa. Dos caballos de crines largas, uno negro y el otro blanco. Su dueño había muerto en la huida y pendía con medio cuerpo dentro, el otro medio colgando, sobre uno de los caballos.
El carro llevaba una montaña de cadáveres de soldados, desnudos y ensangrentados. Las moscas pululaban sobre los cuerpos muertos por el olor de lo putrefacto. En medio de los muertos, un cuerpo caliente, el de un soldado, herido gravemente, pero acabado. Su mente recuperó la conciencia con el fuerte traqueteo del trote de los caballos, se arrastró durante largo rato para recuperar la superficie de la montaña del carro. Al poco de haber horadado entre los cuerpos muertos, salió con medio cuerpo hacia el final del carro. Un rastro de sangre marcaba el camino de los caballos, sobre el polvo de la senda cubierta de espesa fronda. Como pudo, el soldado, medio muerto, pero con un soplo de vida aun en los labios, se lanzó del carro. Desnudo, muy mal herido, confundido y perdido en medio del espanto. Cayó del carro en marcha, sobre la sangre y polvo derramados. Alzó la cabeza, miró a su derredor despacio y observando una vaguada estrecha en uno de los lados de la senda, se las compuso para llegar hasta ella, por donde podría escapar, en busca de una nueva vida y la libertad de la guerra, tan querida.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
La joven princesa Juana, había aceptado cándidamente su destino. Su padre, Eduardo III de Inglaterra, había decidido casarla con el hijo de Alfonso XI de Castilla. Al menos, la habían informado de que su prometido era un joven agraciado y de buen carácter y Castilla era un próspero reino.
Se trataba de un largo viaje, nada menos que alcanzar el canal, arribar a Francia, y cruzar los Pirineos y media península. No volvería a ver a sus hermanas, ni a la bella campiña inglesa que la vió crecer, pero se consolaba al pensar que un dia sería reina, y que un hijo suyo sería un día rey de Castilla. La soleada Castilla.
Un año antes, la terrible peste viajó también en barco, desde china hasta Génova. Europa no era consciente de lo que se le venía encima. Juana atravesa Francia hacia el sur, en idéntica dirección que traía la terrible plaga.
La gente moría a millares, pueblos enteros quedaron vacíos, y lo que es peor, la gente huía enloquecida, ignorando que así propagaban la enfermedad allá a donde iban.
Juana nunca llegó a España. La peste si.
En Castilla, desapareció un tercio de la población, incluido el rey, y Europa entera, se hundió en la oscuridad.
Autpr: D. José María Martín Rengel.
Tenía 8 años, vivía en la calle desde los 6 años. Su padre un alcohólico y su madre una prostituta, la habían abandonado en una de las calles de México D. F. Huérfana, abandonada, desatendida por el Estado, había sobrevivido en las calles desde hacía dos años, comiendo restos de basura, durmiendo en portales cada noche, conociendo el frío, la violencia de la vida, el abuso del destino, el maltrato de la fortuna y la impunidad de la justicia.
Una mañana cuando se encontraba en una de las calles mendigando, para poder aliviar el hambre de dos días, se le acercó un muchacho y le dijo: "¡oye tu! ¿cómo te llamas?". Ella muy asustada por su edad, por la vida sin educación y de desgracia que le había tocado, le dijo de forma muy tímida: "Me llamo Lucía, creo". El muchacho que tendría unos 10 años le dijo: "¿tú tienes casa y familia?. Ella sorprendida por su inocente pregunta le respondió: No, ni lo uno ni lo otro.
Entonces aquel muchacho, con una sonrisa en el rostro la cogió de la mano y le dijo: "¿te gustaría ser mi familia y venirte a vivir conmigo a mi casa?". Ella al principio no sabía que hacer, pero tras un rato, lo pensó y le respondió: "Esta bien". Pasaron la mañana y tarde juntos, se conocieron hablando mucho, al caer la noche, él la cogió de la mano y la llevó hasta su casa, lo que él llamaba su subterráneo.
En una de las calles de México D. F. se pararon, levantaron la tapa de un alcantarillado, bajaron por las escaleras y allí, una comunidad de niños y niñas tenía su tejado. Pasaron en silencio porque estaban durmiendo unos a un lado, otros a otro lado y un espacio vació en medio para ellos le tenían reservado.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Había una vez un jardinero que vivía en Sidney (Australia). Este delicado jardinero se pasaba las horas y las horas en su jardín botánico. Y de tanto cuidar las flores, muchos días, cualquiera que pasara por su jardín, se lo podía encontrar hablando con sus flores.
De ese modo, uno de esos días conversaba muy apenado y compungido en su corazón. Medio sollozando le decía a sus flores: "¿por qué he de ser malo? yo no quiero ser malo y sin embargo lo soy sin remedio. Una de las flores, en concreto una violeta le decía, como sí por lenguaje de signos le hablara: "¿por qué dices esas cosas?. Y él casi como alma en pena, respondía: "porque el derecho a la vida es el mayor bien de la Tierra y sin embargo, mi profesión es acabar con ella". Un rosal que se encontraba cercano lo escucho y se entrometió en la conversación diciendo: "eso no es cierto, tú cuidas del jardín y de todos sus habitantes". El jardinero le dijo entonces: "Que más quisiera que fuese verdad, pero la vida no es sólo podar los árboles, regar las plantas y recolectar las flores antes de que la estación fría las mate. En el jardín a miles de seres vivos que a diario cuando camino piso y los mato, le arrebato la vida, no con intención, pero sí al parecer por necesidad del destino, miles de bacterias a diario aniquilo, miles ácaros extermino, a muchos insectos y a otras muchas "malas hierbas" la vida le quito. Tal es mi sino, ¿cómo puedo respetar la vida? Sí la destruyo tan sólo con mi camino por esta mi vida, mi destino, ¡por estar vivo!.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Se encontraba en su biblioteca, siempre repleta de estanterías muy altas con cientos de miles de volúmenes escritos. Sentado en su taburete llevaba años realizando su tarea de investigación entre las montañas de libros. Cada día, al atardecer se decía: "tengo que instalar más luz en éste lugar, ya cada vez noto mayor oscuridad".
Se pasó media vida estudiando y la otra media investigando en la oscuridad de su biblioteca. Él buscaba la felicidad científica. Un buen día, reclinado sobre la mesa, apesadumbrado por sus pensamientos, reflexionaba así: "Contra más leo, más conozco, pero eso no me hace más feliz, porque siempre me doy cuenta que hay más y más que conocer. Siendo lo más probable es que muera, siendo lo que me quede por leer más que lo que pude leer en toda mi vida. Es decir, ha mayor erudición, mayor insatisfacción, por tanto la felicidad está en encontrar el punto justo, entre la libertad y la identidad colectiva e individual.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
En los laboratorios de INT llevaban años trabajando para desarrollar lo que comúnmente se conoce como I.A. (inteligencia artificial) Habían desarrollado un cerebro electrónico capaz de conversar y de responder a preguntas. Su base de datos almacenaba ingentes cantidades de información de todo tipo, pero aparte de eso, en poco se diferenciaba de cualquier otra base de datos.
¿Qué había que hacer para crear un individuo electrónico, un cerebro capaz de pensar por sí mismo, de tener ideas propias, gustos, preferencias, opinión?
A Lu Wei, ingeniero jefe del proyecto, se le ocurrió la solución durante un sueño: Si cada individuo tenía una personalidad, ideas, etc, eso se debía a que partía de una identidad, y esa identidad no era otra cosa que recuerdos !Recuerdos!
Lo llamaron IMO (Implanted Memory one). Dos programas interactuaban e interseccionaban entre sí, mediante complicados logaritmos Algo similar al consciente y al subconsciente humano. En ambos, se había implantado una memoria con recuerdos, que incluía preferencias musicales, literarias etc. También algo parecido a lo que nosotros llamamos ego, o vanidad: Toda una biografía, un yo.
IMO fue capaz de conversar casi como una persona humana, y con lo que se aprendió con él, se sentaron las bases de lo que pronto será una realidad: Inteligencia artificial IMO, ya es consciente de las hondas e insuperables limitaciones del cerebro humano, algo que pronto resultará anticuado e inútil.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Había dejado atrás el gris cielo inglés y ahora estaba en la soleada España. El hotel era puro bullicio durante todo el día principalmente por sus propios compatriotas. El calor se combate con la ingestión de líquidos (lo mejor agua)pero en éste caso, la ingesta era de cerveza y/o combinados.
Sus pasos eran algo imprecisos, y sus movimientos torpes, pero estaba decidido; iba a saltar. Realmente no tenía miedo, el alcohol siempre acaba por asesinar al miedo....Y a la prudencia, y a la vergüenza, y a las inhibiciones...
Se asomó al vacío desde el balcón y miró hacia abajo. La altura era la suficiente como para romperse la crisma contra el duro suelo. No podía fallar. Pasó una pierna por encima de la barandilla y luego la otra, ya estaba fuera. De un largo trago, apuró el vodka con naranja, dejando en el vaso tan sólo el hielo. Volvió a mirar hacia abajo, lo iba a hacer !What a shit¡ (Que mierda) tan sólo había que decidirse. Entonces lo hizo. Saltó.
La muerte estaba esperando sobre el suelo, pero Billy pasó de largo. Mas abajo que el suelo, hasta el fondo de la piscina. Cuando emergió escuchó como lo jaleaban, mientras sus ojos buscaban a Lisa ¿La habría impresionado?
Autor: D. José María Martín Rengel.
Desde que era pequeño fue muy travieso. Las malas ideas y las peores intenciones eran su día a día. No sabía porque tenía esas horribles y perversas ideas. Pero sabía que le producía un grato placer el regocijo de la maldad.
Así, un día, cuando era adolescente, observó que un amigo del instituto se aproximaba por una de las calles de New York. En ese instante pensó: "le pondré una zancadilla, para que se parta la crisma y así me reiré de él". Al poco tiempo, llegó su amigo pasando frente a él y lo saludo amablemente; él cuando su amigo lo saludo aparentando ser conciliador, le devolvió el saludo, una vez lo sobrepaso un palmo, le puso la zancadilla, su amigo tropezó y se cayó de bruces acabando en el suelo. Él empezó a reír pensando que le había salido bien y que su amigo se levantaría amohinado o enfadado. Pero no fue así, su amigo se levantó y le dió un abrazo, diciendo: ¡gracias amigo!, gracias a que me pusiste la zancadilla me acabo de encontrar este billete de 100 dolares y yo estaba muy preocupado porque no tenía para pagar las medicinas que le hacían falta a mi madre, gracias. Él se quedó simplemente pasmado. Ese día aprendió una buena lección.
Pasaron los años y llegó a ser un empresario responsable con un salario muy alto desempeñando un cargo loable. Pero sus malas ideas y sus perversiones continuaban siendo un elemento clave en su quehacer diario. Así, un día se dijo: "hoy voy a despedir a ese trabajador, porque trabaja mejor que yo, y eso no puede ser, que se busque otro pastel para comer". Así, lo llamó y lo despidió, pensando que el trabajador se enfadaría y se vengaría. Pero no, a los pocos días, el ex-trabajador apareció por la oficina de la gran compañía y pidió ver al director. Él cuando se lo comunicaron pensó: "ya está viene o a vengarse o arrastrarse por un poco de pan, ¡que bien me siento!". En eso que entró en su despacho el ex-trabajador y le dijo: "John, venía a darte las gracias. Porque sí no me hubieras despedido el otro día, no me habría ido a casa y no habría podido salvar a mi hija de una muerte segura. Cuando llegué a casa era temprano y mi hija, que ya había regresado sufrió un infarto. Además, gracias a ti, luego fui al hospital y en la sala de esperas, una vez mi hija estaba fuera de peligro, encontré un boleto premiado, por él que en unas horas seré multimillonario. Por eso, venía a darte las gracias y a invitarte a cenar sino estás ocupado". John, que estaba alucinado, dijo balbuceando: "me alegro y lo siento pero estoy muy atareado".
El día de su muerte, en el último momento, John pensó: "por error en mi vida fui bueno, y el destino no me dejó ser malvado".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Durante la segunda guerra mundial, el frente ruso era uno de los peores lugares del mundo; a las duras y difíciles condiciones climatológicas, había que añadir el tremendo valor e ímpetu del soldado sovietico. El general alemán encargado del sector, desconfiaba de las tropas italianas que defendian un pequeño sector del fente. Sabía que sus aliados latinos estaban mal equipados, bajos de moral, mal entrenados, y peor dirigidos.
Hacía 3 dias que los sovieticos habían iniciado una de sus vigorosas ofensivas, que sólo tras durísimos combates, habían logrado apenas rechazar. Preocupado, se fué a ver al general italiano para informarse de la situación. Temía numerosísimas bajas en sus aliados, y un posible desastre.
El general italiano le estaba esperando con cara de pocos amigos. Se dieron la mano y, el alemán, intentando parecer conciliador y comprensivo preguntó:
-Dígame general, ¿Han sufrido ustedes muchas bajas?
El italiano, sin rodeos, y disimulando su honda vergüenza, replicó:
-¿Bajas?... !Ninguna, mi general¡... Todos huyeron.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Estaban los dos en la nave. Uno le decía al otro: ¡éste será mi último viaje!. ¿Por qué? le decía su compañero. El primero le dijo: "Porque esto de ir de vacaciones a Marte es horrible. Eso de tener que estar tres semanas metidos en la nave, a pesar del tiempo que uno duerme, me cansa demasiado. Y cuando llega uno al planeta marciano, está uno destrozado, de la incomodidad de llevarte tanto tiempo sentado".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Aquella mujer veía como las hormigas estaban subiendo a su cama, ella se agarraba a las sábanas, se encogía y se maceraba el cabello de forma desesperada. ¿Era un sueño? No debía ser una pesadilla. De repente, una columna de ratas comenzaban a saltar sobre su almohada, ella temerosa, saltaba y gritaba. Las hormigas como una legión de diminutas postulas se agrupaban en remolino y trataban de alcanzar subiendo por sus pies, su brazos y su espalda, la cara. Bajo su camisón miles de hormigas se transformaron en cucarachas y las ratas la rodeaban. Ella muy asustada, gritaba y gritaba, pedía auxilio, pero nadie la escuchaba, su voz se ahogaba en el llanto, la desesperación y la asfixia que la embargaba.
En ese instante, una voz: "Cielo, es la hora de tú medicación". Ella, como el agua pura y cristalina que alivia la sed al caminante en el desierto más árido, la oyó. Y todo cambió, vió como se le acercaba aquel hombre con bata blanca y le decía: "Te curarás, no te preocupes, pero no podrás beber más". Ella aliviada por sentirse acompañada, miró a su derredor, y las ratas se transformaron un flor, las hormigas en mariposas de color y las cucarachas eran gotas de rocío transparentes que desprendían un mágico olor.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Aquel invierno en Moscú fue el peor en muchos siglos. El frío se apoderó de todo, el hielo lo paralizó todo, la nieve lo cubrió absolutamente todo. En una de las calles de Moscú con una profunda noche, en un rincón oscuro, tétrico y desértico para la vida, un hombre harapiento bebía vodka, a su lado la muerte le susurraba: "sí estúpido bebe, que tras el letargo vendrás conmigo al miserere".
A eso que apareció un hombre recio, bien protegido del frío, sereno y con aire de ser bueno. Le dijo aquel hombre harapiento: "¿necesitas ayuda? ¿te gustaría pasar la noche a cubierto?. A lo que el hombre harapiento dijo: "no amigo, hoy duermo con mi compañero aquí presente". "¿qué amigo? preguntó aquel buen hombre", "la muerte" respondió el hombre harapiento. La muerte extrañada pensó: ¿cómo puede saber que estoy aquí?.
En aquel mismo instante la respuesta salió en forma de diálogo entre los dos hombres. El buen hombre le dijo: "¿cómo que la muerte? aun estás vivo y sí te arrepientes no debes de fustigarte bebiendo hasta quedar inconsciente bajo el frío y la nieve". Respondió entonces el hombre harapiento: "Tienes un mal gesto buen hombre, me quieres obligar a creerte, cuando yo no juzgo, tan sólo la aprehensión es mi semblante".
Autor. D. Jesús Castro Fernández.
Era una partícula subatómica de vacío cuántico y aburrida de ser partícula decidió transformarse en átomo. Pasado el tiempo y aburrida de ser átomo tomó la sabia elección de cambiar a palabra. Transcurrido unos cuantos millones de años optó por pasar de ser palabra a formar conjuntos de palabras. Ésto le gustó, porque no lo limitaba, tan sólo, de forma constante lo transformaba y así, muy contento con sus nuevas formas, primero se hizo frase, después fue oración, más tarde se hizo párrafo y por último, una gran obra literaria de corazón.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Fue en el siglo XVI, durante una radiante primavera. Estaban los dos en el laberinto del jardín del palacio real, entre flores coloridas, plantas aromáticas y árboles exóticos. Él corría tras su larga cabellera rubia, él la perseguía siguiendo sus delicados pasos por el laberinto entre los altos arbustos. A cada giro, era como un nuevo episodio del misterio que siempre es descubierto.
Persiguió su cabellera rubia y larga, hasta el rincón más oscuro y sombrío del laberinto. Cuando por fin, se volvió al alcanzarla y el mostacho el zampó un beso sobre negra barba. Él le dijo: "Ya es hora de que dejes de perseguirme señor conde, que ya tengo bastante con ser del rey y el obispo del palacio el amante, porque ya me dejaron esos dos, el ojo del ardor, como la gran fuente del armador".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
La obra de dios (la creación) había llegado a un punto muerto. El escenario evolutivo estaba preparado para la aparición del hombre; El hombre, no era un fin en si, sino un eslabón necesario que posteriormente daría paso a otras formas mas perfeccionadas, pero con aquellos reptiles gigantescos dominando la tierra, no se daban las condiciones para que florecieran los primeros homínidos. Era necesario intervenir, y realizar una "pequeña" corrección, los reptiles gigantes debían de desaparecer.
Una gigantesca roca fué enviada: se estamparía contra la tierra causando gran destrucción, pero no destruiría toda la vida terrestre. Después de un tiempo, aparecerían los primeros mamiferos, luego los primates, y mas tarde los homínidos...
La creación se topó con un punto muerto. Esos autodenominados "Homo sapiens" dominaban totalmente el planeta, y eran un obstáculo para el siguiente paso evolutivo. De nuevo era necesario intervenir con otra leve corrección.
En los confines del sistema solar, una gigantesca roca ha visto alterada su trayectoria. Su nueva y calculada órbita se cruzará irremediablemente, con la del cuarto planeta del sistema solar, y corregirá el problema.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Iba un buen día un gentil hombre en su coche, cuando pasó por una calle en la que el ayuntamiento había colocado un sobresalto con una dimensiones superiores a las permitidas. Al pasar el gentil hombre a una velocidad superior a la permitida, el coche dió un salto que le hizo se le movieran las lentes. En ese mismo instante, un viandante se cruzó y se estampó contra la luna delantera de su coche. Los cristales se partieron y el conductor, salió despedido del asiento hacia las puntas del cristal quebrado. Ambos, en el acto murieron.
En ese mismo lugar, aquella misma mañana y a esa misma hora, se encontraba la muerte, con su guadaña afilada observando toda la operación, junto a la ventana del conductor, quedando un muerto sobre el capó y otro atravesado en su sillón. A eso la muerte se preguntó, ¿cómo es posible? yo vine para llevarme a uno de ellos y no a los dos. Y ahora, los dos están muertos, ¿de quien fue la culpa? ¿del ayuntamiento que elevó demasiado el sobresalto de cemento? ¿del conductor que condujo muy rápido? ¿del peatón que cruzó sin mirar a este lado? ¿mía que tenía que llevarme a uno al otro lado?. Pero lo más extraño, ¿quién se está entrometiendo en mis competencias? ¿quien me quiere quitar mi puesto? cuando yo sólo vine a por uno de los indispuestos.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
La estancia está repleta de personal. Hay un huracán activo y el instituto nacional de meteorología es un hervidero de gente. Unos van, y otros vienen, mientras el resto está sentado ante los monitores analizando la información, y estudiando los acontecimientos.
De repente se oye un grito. Uno de los técnicos se ha levantado de su mesa de trabajo, y se lleva las manos a la cabeza. ¿Que ocurre? Preguntan varias voces casi al mismo tiempo. El hombre apenas balbucea, su frente sudorosa brilla bajo los focos, su mirada errática le otorga una expresión de loco alucinado. !Habla coño! ¿Que cojones te pasa?
El hombre sigue sin articular palabra, pero señala al monitor de su mesa. En la pantalla se observa una imagen de satélite, en tiempo real, con las evoluciones del huracán, nada extraño.
Entonces, tras tomar aire y recuperando el habla, el hombre aclara lo sucedido. Veréis, estaba observando el ojo del huracán, y ... !No lo vais a creer! !El ojo me hizo un guiño!
Autor: D. José María Martín Rengel.
Jaime dice que él se casa por amor -comenta Pedro-, pero no se lo crée ni él. Ya me dirás -replica Pablo- Su novia tiene la mismísima cara de Abraham Linconl, pero sin la barba, además tiene cuerpo de sargento chusquero; Es huesuda, culona, y un poco bizca.
-Y tiene menos gracia que un ataúd verde.
-Ya, pero su padre está forrado, y es hija única. A ver Pedro, yo no estoy criticando a Jaime por casarse con la cosa esa, yo lo único que digo es que miente si dice que se casa por amor, eso es todo.
El rostro de Pedro se ilumina, como si hubiera hallado una frase ingeniosa, o una gran verdad, y dice:
-Bueno, en realidad, yo creo que está siendo sincero: Se casa por amor.
-¿Por amor..?
-Si Pablo, por amor... !Por amor al dinero!
Autor: D. José María Martín Rengel.
Ella se había casado con el hermano menor, pero en su cultura, la androgamia era lo habitual. Cuando una mujer se casaba con un varón de una familia de nómadas, se casaba con todos los varones de la casa. Para ella era algo normal y el ocuparse de todos los varones de su casa, después de casada, no le causaba ninguna extrañeza. Ella se ocupaba de las tareas domésticas y de satisfacerlos en todos los aspectos, incluido el sexo.
Una noche, se acostaron los cuatro juntos, los tres hermanos y la mujer. Ella al principio pensaba que no podría satisfacer a los tres a la vez, pero cuando estaban ya metidos en la cama, excitados por la situación de la dama, los tres varones comenzaron a practicar sexo activo agresivo con la dama.
Pero pasado algunos minutos, se iban parando y todo cambiaba. Porque ella empezó a pensar: "menuda panda de maltrechos hombres, que ni los tres pueden satisfacerme", "el uno a pegado un gatillazo y se mira el cacharro como si por mirarlo fuera a enderezarlo"; "el otro es impotente como él sólo, tiene que estar haciendo paradas cada 2 minutos y tomar te afrodisíaco para que por lo menos eso crezca algo" y "éste tiene un miembro tan pequeño que tiene que estar dando saltos para colarlo"; "esto es un asco, porque ni los tres mamarrachos juntos me han consolado"; "esto más que una cama, parece un circo doméstico, con saltimbanqui, malabarista y payaso".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Fue aquella tarde del lunes pasado. El hombre estuvo allí sentado, en aquella misma mesa del café Orlando. Pasó más de dos horas removiendo el café sin moverse del sitio. Con la mirada perdida, la cara desencajada, blanco y con una expresión desesperada.
Al poco de terminarse el café se fue casa, la comitiva judicial llegaba a las 7 de la tarde, eran aún las 6:30. ¿qué haría? entregaría la casa sin resistencia, se opondría.
Al fin tomó una resolución en firme, se vengaría con saña. Lo preparó todo a prisa y corriendo. En esto que sonó el timbre de la puerta, era la comitiva judicial para el desahucio. Él se dirigió con sigilo hacia la puerta, la abrió sin poner ninguna resistencia, invitó a pasar a las comitiva y cuando todos estaban dentro hablando, el prendió el mechero, el gas abierto hizo estallar la casa en pedazos y todos murieron en ese intento.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
En el aquel tiempo el reino vivía en paz. El emperador mandó convocar a los mejores artistas de Japón para que pintaran con las artes caligráficas las bellas letras. Acudieron a la corte los más destacados caligrafistas de las escuelas más importantes. Al final, de los cientos de miles que fueron, sólo tres fueron los seleccionados para crear una obra de arte única y original, ya que su majestad el emperador deseaba ofrecer como regalo de cumpleaños a su hija, una de esas obras.
El emperador otorgó tres días a los artistas para que buscarán un soporte en el que presentar su obra. A los tres días acudieron a la presentación de sus obras al emperador. El emperador los recibió con semblante severo y sereno; los calígrafos por su parte presentaron uno a uno sus obras.
El primero presentó un lienzo de oro macizo con piedras de jade engarzadas que decoraban una majestuosa letra elaborada con la mayor delicadeza. El segundo, había escogido como soporte de su obra un tejido muy fino en el que ceda, terciopelo y lino se combinaban de forma magistral para exponer una letra preciosa labrada con un dulzura inusitada. El tercero era un hombre pobre, llegado de una de las escuelas de las montañas y compungido en su corazón por no tener, nada valioso que ofrecer al emperador para el regalo de su hija, más que su propia letra, había escogido una cometa de tela blanca con decoraciones vegetales y geométricas que acompañaban a su letra.
El emperador no entendió la tercera obra y la miró una y otra vez. La letra era gorda, grande, desfigurada casi parecía burda, grosera y hasta una burla. Entonces preguntó al tercer artista: ¿qué es eso?.
El pobre calígrafo le dijo es la felicidad y la alegría de su hijita. El emperador sorprendido por su respuesta, dijo: ¿cómo puede ser eso?. A tal modo, que el calígrafo pobre le dijo: Señor, mi obra no es lo que se ve en el suelo, sí no la belleza que existe en el cielo. El emperador que no lo entendía, le pidió una prueba de lo que decía. De modo, que el calígrafo pobre le dijo al emperador: ¿podría hacer venir su hijita?. El emperador mandó llamar a su hijita intrigado por el asunto. La hijita del emperador que tenía 7 años, llegó ante su padre y el calígrafo pobre le dijo: pequeña ¿te gustaría hacer volar esta cometa?. La pequeña muy contenta porque nunca había hecho volar una cometa, salió al patio del palacio y la hizo volar. Cuando la cometa estaba en lo más alta, la letra que en la tierra se veía grosera y deformada, se comenzó a percibir como la letra más hermosa, fina, redondeada, cuidada, delicada y suave, nunca antes acabada
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Vicente, 30 años, y empresario en áuge, ha contratado los servicios de un detective. La pujante empresa le absorve muchísito tiempo, suele llegar a casa por las noches, y casi siempre cansado. Ultimamente, las cosas no van bien con su bellísima esposa, y tiene la léve sospecha de que alguien, pueda estar bebiendose el zumo de su media naranja.
Metido de lleno en faena, el investigador pronto comprueba dos cosas: Primero. Que la susodicha es ciertamente una bellísima mujer excepcionalmente dotada. Segundo. Que las sospechas del marido no son infundadas.
Tras 2 semanas de espiar a tan ejemplar hembra, de fotografiarla hasta la saciedad, y de conocer su secreto, el investigador merma su faceta profesional, y ahonda en su vulgar y humana faceta: Decide entrevistarse con ella. Le explica que trabaja para su marido, y que está dispuesto a cumplir con su obligación profesional, y revelarle la verdad...Aunque es posible que podamos alcanzar un acuerdo.
Una semana después, el detective entrega al marido un detallado informe de las actividades de su esposa. Fotografías de su rutina diaria, llamadas telefónicas, etc. Todo en orden. Las sospechas eran infundadas.
Autor. D. José María Martín Rengel.
Una asombrosa noticia ha saltado a las páginas de todos los diarios, las televisiones, y las redes sociales: Unos científicos australianos aseguran haber visto una ballena viva. Éste bello e inteligente mamífero se consideraba extinguido por la mano del hombre, y se había convertido casi en una leyenda.
La televisión local ofrece viejas imágenes en las que aparecen ballenas azules, rorcuales, cachalotes...De repente todo el mundo ama a las ballenas, algo tarde quizás Quizás la humanidad pueda liberarse ahora, del acongojante sentimiento de culpa, por su cruel y vergonzosa desaparición.
Varias expediciones se dirigen hacia las costas de Australia para localizar, filmar, y estudiar el milagro. Desde Japón, parte el ballenero Yokohama, no sin antes proclamar a los 4 vientos, que su intención de cazar la ballena, es sólo con fines científicos.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Hace 20 mil años, un hombre sale de una cueva por la mañana, camina unos cuantos metros hasta el borde de un pequeño arroyo y se agacha para beber agua. Silenciosamente se le ha acercado un oso, y cuando el hombre lo descubre ya es tarde. El oso se le echa encima y acaba con su vida.
Ayer. En el lugar en donde hubo una cueva, hay un bloque de apartamentos. Un hombre sale del portal y se dirije al parque cercano. No queda nada del antiguo arroyo, pero casualmente hay una fuente en el mismo sitio. Ya no hay árboles, ni cueva, ni osos, sólo el mismo sol en el mismo sitio, y la misma montaña en el horizonte.
Dos vehiculos han colisionado y ocupan la calzada. Una furgoneta de reparto ha evitado a uno de los vehiculos haciendo un giro desesperado, ha perdido el control y viene a estrellarse sobre la fuente.
Aunque el suelo es otro distinto, la sangre va derramarse exactamente en el mismo lugar, y a la misma hora; el sol es el mismo a la misma altura. La diferencia es que ya no hay osos allí.
Autor: D. José María Martín Rengel.
La chica corría bastante. Iba delante de mi por uno de los senderos de arena, pero aparte de nosotros dos, no había nadie mas por allí a esas horas. Me estaba costando trabajo darle alcance, pero cada vez era menor la distancia que nos separaba. Ella volvía la cabeza hacia atrás cada vez con mayor frecuencia, y sus zancadas eran nerviosas y descoordinadas; No cabía duda de que ella iba a perder la carrera. Cuando llegamos a una ligera pendiente, yo estaba ya casi encima de ella, entonces se volvió y ví sus ojos asustados, ya era mia.
Calculé rapidamente la distancia que nos separaba, casi podía tocar su espalda, y no había tiempo que perder. Entonces levanté el hacha y se la incrusté en la espalda. Cayó como un juguete roto, sin emitir sonido alguno. La carrera había terminado.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Se encontraron en la Gran Muralla China. Ella paseaba por allí, cuando se cruzó frente por frente con un monje Chaolín. El monje le dijo: "ven aquí". Ella reusó con la cabeza y él, le volvió a insistir.
Tras una breve reflexión la chica se aproximó al monje y le dijo: ¿qué quiere buen hombre?. El monje portaba en su mano una pequeña taza de te hecha en porcelana, decorada muy elegantemente con un dragón. Entonces le preguntó: ¿qué ves aquí pequeña dama?. Ella mirando al interior de la taza de te, le respondió: "veo el te que se mueve en el interior por el movimiento de su mano".
El monje se dijo así mismo, justo lo que estaba imaginando. Y de continuo le indicó a la bella dama: "no señorita, sí ve eso, no ve nada; ¿usted ve como el te se desplaza en el interior de la taza en forma de una espiral?, pues eso, es el Movimiento Universal.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Pasaría en aquel otoño en el parque, cuando las hojas cayeran de nuevo. Él corría y corría, con prisa. Gemía por la asfixia, lleva la mano en alto. Todo pasó muy rápido. El mundo precintado y el tiempo acorralado.
Pronto lo alcanzó y un salvaje golpe le asestó. La escena, toda cubierta de aquel rojo color y mientras, el silencio y los pensamientos eran su sólo acompañamiento.
Lo tienes merecido, por haber fingido, que me amabas y hoy tu fruto has recibido. El amante, lleno de salsa de tomate, decía: éste tipo es imbécil, yo pensando que me mataría por engañarle y viene con este globo lleno de tomate. El hombre que estaba tumbado en el suelo, se levantó y le dijo: "anda Ruperto, vete a buscar a otro que te ame, que yo ya tuve bastante y cuidado con tus celos, que lo pones todo perdido de tomate".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Hace mucho hubo un muchacho que quiso ser escritor. Empezó con alguna redacción. Poco a poco se fue haciendo de un amplio bagaje como redactor. Un día, tomó la decisión de comenzar a presentar sus obras literarias a concursos literarios. El primer año presentó dos, y nada un fracaso estrepitoso; el segundo año presentó cuatro, y nada una frustración tremenda; el tercer año, presentó ocho, y nada, una mayor desilusión.
Pasado el tiempo, dejó de intentar cumplir su sueño, cansado de buscar ese reconocimiento que nunca alcanzaba, y se decía, sonriendo, pues sí que son malas mis obras, que no gano ningún premio; pero bueno, por lo menos me divierto.
Y pensando en ésto, se dijo, esta bien, pues tendré mi premio. De modo, que se puso y redactó una obra trataba de un concurso literario. Al concurso se presentaron más de 10 mil obras con escritores de los 5 continentes habitados, de todas las naciones y estados. Entre las obras, la suya quedó clasificada para la final. En la final del concurso un tribunal muy enjuto, compuesto de grandes personalidades del arte de la escritura, grandes profesionales y grandes representantes de las instituciones, valoraron las obras.
El muchacho, se reía y se reía, porque cuando leía su obra, se decía: ya el premio es mio, porque la obra del concurso es mía. Así, el tribunal tras mucho fabular, enjuiciar y valorar, consensuó: El primer premio es para el Irlandés por su obra "Inténtalo otra vez".
El muchacho con los ojos desencajados, no se lo creía y decía, pues sí que soy malo, que ni en mi propio concurso literario, mis personajes del tribunal, el premio me han dado.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Todo sucedió aquel tórrido verano. Una calor infernal, un tremendo varapalo. Estaba sentado en su sofá, cuando no sabiendo como, el reloj que estaba fijo en la pared, sobre aquel umbral, comenzó a derretirse. Él no daba crédito a lo que veía, se restregaba los ojos y sonreía. Pensaba, una visión ha de ser. Pero no, el reloj con la calor se derretía, al poco tiempo, todo el reloj era un líquido espeso que sobre el suelo fluía.
Se levantó corriendo, vió como el umbral, el mismo camino que el reloj emprendía; luego las paredes, los muebles. Asustado, echó a correr hacia la calle y observó como todo era líquido, todo se derretía.
No dando pie en su huida corrió y corrió hasta salir de la ciudad, pero todo lo que se derretía lo perseguía. Muy asustado, por lo anormal de la situación, corrió y corrió a tal velocidad que pronto fuera de la nación se encontró. Pero nada, la tierra y todo lo de su alrededor se consumía, llegó hasta los límites del continente y allí, acorralado, entre el océano, que cobardía le producía y la tierra, que en su contorno fluía, saltó gritando a viva voz: ¡escritor, malvado; deja ya de escribir que me tienes realmente acojonado!.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Estaba allí, por fin. Se encontraba en la cima de la montaña más alta del mundo. Sólo él, las altas cimas de los montes, el frío y la helada nieve.
Allí, pensaba, hablando con la Naturaleza. No temo subir a lo más alto de las montañas, pero temo el silencio después de la muerte, no temo estar agotado al final de la vida, pero temo que la vida huye como torrente.
¿Pero cómo es posible? Temo a la vida y temo a la muerte. Sí pasa rápida, porque se me fuga y se pasa lenta, porque tarda demasiado. Sí sueño porque no la vivo y sí la vivo, porque no la entiendo. Cuantos juicios o ¿cuantos encuentros? entre la valentía, la temeridad y el atrevimiento. Pero ¡silencio, silencio! que ya se escucha el coro de nubes en su advenimiento.
Coro: ¡O necio! No temas tanto, que tan sólo es la vida, el sueño de tu pensamiento.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Se encontraba redactando su obra maestra, cuando entró su esposa y le llevó un café. Ella viendo que no avanzaba se acercó cariñosamente y lo besó en la mejilla. De continuo salió de su oficina. Él meditabundo, en silencio, trataba de expresar con palabras los sentimientos tan maravillosos que le acaban de inspirar ese beso. Un sólo beso, lleno de tantas palabras: bueno, suave, delicado, tierno, sincero, perfecto. Así, decidió continuar su trabajo, tomó la pluma y siguió redactando.
Se decía: ¿haber donde me quedé? y continuó: "Rómulo escribía su obra dramática, en la que sus personajes dialogaban en tono poético sobre las vicisitudes de la vida, sobre el drama, la comedia y la tragedia de la misma. Pero eso poesía en la que se conversaba, era como esa novela narrada, del escritor que sin saber como continuar la obra que redactaba, tuvo que esperar el beso de su amada, para poder verla continuada".
Autor: D. Jesús Castro Fernández.