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viernes, 27 de septiembre de 2013

Agujeros secretos.

Se encontraba en un lugar desconocido. Sobre una especie de tierras de secano. Apareció un pequeño agujero en la tierra, era como una galería vertical que descendía, tallada en piedra. Similar a los corredores verticales de las mastabas del antiguo Egipto. La miró con extrañeza, se preguntaba a donde iría esa entrada subterránea, que allí se le aparecía. En un principio ese agujero no estaba, luego se hundió la entrada y apareció a su pies. El justo al borde, pensó que se podía haber caído dentro y se alejó un poco por miedo. Parecía muy profundo y como sí de un pozo o un abismo se tratara, en su fondo una extrema oscuridad. Mientras fuera, la luz desbordante y brillante, todo lo ocupaba. 

Pero en sólo instante, todo cambió y aquel pequeño agujero comenzó a hundir más y más la tierra sobre la que pisaba, como sí algo por dentro la socavara. Se lo tragaba todo, como sí de un agujero negro o de un agujero secreto se tratara. 

Él miro cerca de allí, había un agujero enorme que era anterior a ese que se estaba formado en aquel momento. Y ese agujero enorme, parecía una piscina semihundida, que primero abrió la tierra, se tragó la superficie y después "regresó" a devolverla , transformándola en una escombrera. Todas las piedras y la arena revueltas. Mientras tanto, el agujero de sus pies, parecía querer tragárselo y lo perseguía haciéndose más y más grande, hundiendo toda la superficie, pero sí el otro era enorme, éste era gigante. Llegó al límite y cuando se quiso dar cuenta, justo en el momento en que pensaba que se lo iba a tragar aquel abismo, la tierra paró de tragar y empezó a "vomitar". Todo lo que se había tragado, ahora era arrojado desde dentro hacia fuera, a borbotones, en cuestión de segundos todo estaba otra ves tapado, pero las marcas de haberse hundido, aún persistían, una gran alberca de tierra y roca se percibía. Él había quedado dentro. 

Después un extraño suceso. Entre columnas de mármol, se encontraban formando como un tipo de palacio, dos carros, una negro y otro blanco. Tirados por dos corceles muy hermosos cada carro. El carro negro tirado por caballos blancos y el carro blanco tirado por caballos negros. En una competición de "cuadrigas" corrían, y entre las columnas de mármol Pentélico competían. El carro blanco tirado por un hombre de barba blanca y larga, envolvía al carro negro en una maniobra diestra, mientras el carro negro intentaban "chafarse" de esa maniobra. El conductor del carro negro, cubierto de cuero, delgado y esbelto, elevaba sus corceles, como pretendiendo escapar del duelo.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


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