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viernes, 6 de septiembre de 2013

Lágrimas secretas.


                                                                   " El día en que una golfa subió a los cielos"
                                                                    El mazazo, de Martina Barrenetxea.

Llorar no es ninguna vergüenza, le había dicho Mikel, su amigo alpinista. Esas mismas palabras se las había repetido él mismo muchas veces, pero Jorge no era capaz de llorar. Guardaba para sí su dolor y su angustia aunque algo traslucía, y no es que pensara que los hombres no deben de llorar, no era eso, era sólo que de alguna forma había erigido una especie de dique en su interior, una barrera móvil que se cerraba inmediatamente al menor asomo de llanto y que le impedía exteriorizar, aunque se encontrase totalmente sólo y a salvo de las miradas ajenas.
    Una noche de otoño, se encontraba trabajando cuando empezó a llover con fuerza. Las calles estaban totalmente desiertas, como si él fuera el único habitante de la ciudad. Continuó con su labor con las ropas totalmente empapadas, tratando de no pensar en nada y deleitándose con los efectos de la luz de las farolas bajo la lluvia  con los reflejos del empedrado bajo la intensa lluvia  En los bloques de pisos frente a la plaza, había luz en una única ventana, y se preguntó quien andaría despierto a tan avanzadas horas de la noche.
   Cargó en la camioneta todos los trastos antes de trasladarse, y se sentó en el asiento del conductor. Le incomodaban los pantalones empapados sobre el asiento, y con las manos empapadas no podía fumar. Decidió secarse las manos, poner la radio, y fumar un cigarro tranquilo a salvo de la lluvia  antes de poner el motor en marcha y trasladarse. En la radio  sonaron los tristes acordes de una canción que hablaba sobre una mujer que se pasó la vida esperando a su amor en el muelle de San Blas, y que su amor nunca volvió. Entonces ocurrió: Le vino de repente, igual que un ataque de tos o un estornudo, y no se frenó, se dejó llevar. Lloró con la potencia de una tormenta, con gemidos y sollozos; Lloró con grandes lágrimas que alcanzaron el cigarrillo, lloró lo que no había llorado durante tanto tiempo, sólo allí en la noche oscura y lluviosa a salvo de las miradas. El llanto duró casi lo que el cigarrillo, después se sintió mejor, como si se hubiese liberado de una carga que lo atenazaba.
    No dejó de llover en toda la noche, pero cuando acabó el trabajo y llegó a su casa, se metió en la cama y durmió como no recordaba haber dormido en mucho tiempo. 

Autor: D. José María Martín Rengel.


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