Era una noche a fines del verano. Se celebraba una fiesta local, cuando los dos amigos, conocidos de la edad escolar se encontraron. Se vieron en el interior de una carpa, parecía una caseta de nailon con rayas verticales, a bandas verdes y blancas. Allí estuvieron conversando un largo rato, mientras acompañaban la conversación con reiterados pedidos a la barra. Tras un largo rato de conversación algo sucedió y todo cambió.
Uno de los amigos le dijo: <<Nos vamos>>. Él, le respondió: <<Pues claro>>. Salieron juntos, mientras iban paseando y sin saber cómo llegaron próximos a una especie de solar con una nave industrial rodeada de un grueso muro y una portada metalizada. Su amigo, se paró y la abrió, diciendo que quería enseñársela, porque era de su propiedad. Pero en su cabeza algo iba muy mal, no era esa su intención, su intención era ir allí, para con su vida ir acabar. Se quería suicidar. Y allí, penetró en busca de una arma, él conociendo por el rostro de su amigo que se iba a matar, no entró en aquel lugar y se esperó en el portal. Mientras su amigo entraba en el solar y llegando a una especie de contenedor de metal, que poco después en una especie de caravana se iba a transformar, con un gran ventanal que daba hacia la portada, pero sin cristal. Apareció su hermano mayor, el cuál, le preguntó, porque regresaba de la fiesta, por su hermano pequeño. Él, le contó, lo que intuía y su hermano mayor, sin dudarlo un momento en el solar entró, corrió hasta dentro de la caravana e intentó quitarle el arma que buscaba. Su amigo se volvió como loco, porque no le dejaba que con su vida acabara. Y cogiendo el mobiliario, las sillas y las mesas por la ventana comenzó con furia a lanzarlas, unas contra su hermano mayor, las otras contra su amigo por haberlo avisado.
A él, le entró tanto miedo que salió corriendo y el hermano mayor, viendo que no podía controlarlo, huyó con él para pedir ayuda. Lo dejaron sólo, abandonado, o al menos, eso era lo que sentía en su estado. Pero no, ellos fueron a buscar a la policía, y así el hermano mayor se lo decía. Primero le dijo que se quedara en la puerta vigilando para que su hermano menor no cometiera aquel acto, pero viendo que no superaba el pánico, los dos fueron corriendo por la calle lateral en busca de alguien que les pudiera ayudar. De ese modo, en aquella calle principal, encontraron, aunque era muy de noche, abierta, una tienda comercial. El hermano mayor entró, y le dijo que sí lo podría vigilar, pero el comerciante se negó a ayudar. Le contestó que a lo mucho a la policía podría llamar. El hermano mayor como vió que no consiguió nada, volvió corriendo a la calle y desapareció en busca de una patrulla.
Él por su cuenta se había quedado sólo en aquella calle, con el solar industrial al fondo, y tenía la impresión de que su amigo, ya no se quería suicidar, sino que por venganza, ahora lo quería matar. De modo que salió huyendo de nuevo, cuando llegó al final de la calle comercial, giró intentando despistar a su perseguidor, el cuál, lo venía siguiendo en un vehículo con cara de odio, él lo intento despistar, girando hacia una cuesta abajo, donde se cruzó primero con un hombre, que a él lo veía sudando y muy asustado, al que le narró, que le estaban persiguiendo para matarlo. Pero aquel hombre, que bajaba la cuesta, le dijo: <<¿Estás seguro? Yo no veo a nadie, tú no estás en tú sano juicio>>. Él mientras huía, por la rabia que sentía de que no lo creía, volviendo el rostro atrás le dijo: <<Algún día morirás y entonces te acordarás, porque en penas habrás de reventar>>. Siguió hacia adelante, y en un cruce de calles vió aquel coche, como desde el otro lado de esa calle, lo observaba por la ventanilla, dando la vuelta a la manzana para cogerlo. De nuevo, salió huyendo, llegó, él, al final de la cuesta bajo y se tranquilizó un poco, porque allí, vió las luces de la fiesta, que parecía una feria o una verbena, y encontró al girar de nuevo hacia la derecha a otro hombre; a este le contó lo mismo que al primero y le dijo: <<ayúdeme, estoy muy cansado, ya casi no puedo caminar y me quieren matar>>. El hombre un poco incrédulo le dijo: <<Yo no veo a nadie, mirando hacia atrás, pero bueno te voy a ayudar, te acompañaré hasta el final>>. Éste hombre era mayor, canoso y con barba, un poco regordete como el primero, pero no con tanta panza, además cuando se cruzó con él, estaba paseando para adelgazar, y por eso sudaba. De modo, que él, siguió huyendo, pero cada vez más y más cansado, con las piernas muy pesadas y aquel hombre sencillo, humilde como la plata, le siguió hasta el final de la calle, donde otra pequeña calzada cruzaba. Allí encontraron a gente y eso un poco lo tranquilizaba, había muchas chicas jóvenes, y en el otro lado de la calle que cruzaba, el hombre que lo acompañaba, encontró a su hija, la cuál lo llamaba, el hombre se puso muy contento, porque no sabía donde estaba, y él dejándolo en su encuentro tan deseado, cruzó y pasó a la cera que hacia una próxima ladera lo llevaba. Se encontraba en zona segura pensaba, rodeado de muchas personas, junto a la casetas. Pero no, que error, aun le espera un gran horror. Se encontró en la puerta de las casetas a una familia recién llegada, parecían gente buena, gente llana, gitanos de nacionalidad Rumana. El patriarca estaba en la calle sentado con la matriarca, que estaba embarazada, al lado, tres o cuatro chicas jóvenes que parecían sus hijas. Cuando comenzó a pasar por delante de ellos, entre la estrecha baranda y la entrada de las portadas, tocó en el hombro a dos de ellas, la primera sonrió, una dulce fragancia para sus cabellos el ofreció, la segunda le volvió la espalda atemorizada, porque parecían prostitutas en la esquina de una calzada. En aquel momento llegó un hombre de su etnia, guapo, arreglado, con ojos torvos hacia él, y le contó algo al patriarca, el cuál, se levantó deshonrado y con un gran enfado, se dirigió a las muchachas, comenzó a llamarlas zorras, guarras, y golpearle la cara; después cogió a la matriarca embarazada, que tenía marcada con una "V" roja la cara, era una marca aborigen australiana, la puso en la esquina de la caseta, bajo una luz blanca, y luchando entre el amor, que lo detenía, cuando miraba a la criaturas que llevaba en su vientre, su familia, y su honor, deshonrado que se sentía, comenzó a insultarla, la cogió del cuello para matarla, y malograrla. Él viviendo aquella escena de terror, huyó, sin saber el resultado, sí el amor había detenido aquel gesto homicida, o si al contrario el deshonor, lo había convertido en infanticida.
Ya estaba muy cansado y ahora intentó escapar, subiendo una colina, pero sentía un peso tan grande encima, las rodillas doloridas, era como sí llevara un gran peso arrastrándolo todo el trayecto, le recordaba a un personaje bíblico, aunque no era capaz de saber a quien. Subió aquella ladera, como sí fuera una cordillera, casi de rodillas, iba casi arrastras entre un montón de flores sembradas, entre árboles frutales y plantas, que además estaban por un montón de periquitos regadas. Él iba intentando agarrarse a los periquitos de metal, para hacer fuerza y escapar, hacia la mitad, el hombre que dos veces le había negado la ayuda, una tercera se la volvió a negar, la situación era muy extraña, 3 veces apareció, en distinta situación y tres veces se la negó. La última, se veía como él, la mano le tendía y ese hombre la escondía, a pesar de ver que se arrastraba como podía.
Ya casi cuando estaba llegando arriba, una mujer o una chica, lo perseguía, aunque no era en sí una mujer, era algo que la poseía, con unos ojos ensangrentados, con el rostro muy desfigurado, queriéndole hacer creer que la culpa era de una mujer, le decía: <<Ya casi tengo, por ir a tú padre a decírselo>>. Él la miró con terror, viendo aquellos ojos ensangrentados, rojos como el calvario, y aquel ser, sostenía una taza de porcelana blanca en la mano, con una cucharilla del mismo material, muy fina, amenazándolo, como sí de un clavo se tratara o como de una afilada espina.
Al poco amaneció, había llegado a la cima, antes de la hora en que el gallo cantaría.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Uno de los amigos le dijo: <<Nos vamos>>. Él, le respondió: <<Pues claro>>. Salieron juntos, mientras iban paseando y sin saber cómo llegaron próximos a una especie de solar con una nave industrial rodeada de un grueso muro y una portada metalizada. Su amigo, se paró y la abrió, diciendo que quería enseñársela, porque era de su propiedad. Pero en su cabeza algo iba muy mal, no era esa su intención, su intención era ir allí, para con su vida ir acabar. Se quería suicidar. Y allí, penetró en busca de una arma, él conociendo por el rostro de su amigo que se iba a matar, no entró en aquel lugar y se esperó en el portal. Mientras su amigo entraba en el solar y llegando a una especie de contenedor de metal, que poco después en una especie de caravana se iba a transformar, con un gran ventanal que daba hacia la portada, pero sin cristal. Apareció su hermano mayor, el cuál, le preguntó, porque regresaba de la fiesta, por su hermano pequeño. Él, le contó, lo que intuía y su hermano mayor, sin dudarlo un momento en el solar entró, corrió hasta dentro de la caravana e intentó quitarle el arma que buscaba. Su amigo se volvió como loco, porque no le dejaba que con su vida acabara. Y cogiendo el mobiliario, las sillas y las mesas por la ventana comenzó con furia a lanzarlas, unas contra su hermano mayor, las otras contra su amigo por haberlo avisado.
A él, le entró tanto miedo que salió corriendo y el hermano mayor, viendo que no podía controlarlo, huyó con él para pedir ayuda. Lo dejaron sólo, abandonado, o al menos, eso era lo que sentía en su estado. Pero no, ellos fueron a buscar a la policía, y así el hermano mayor se lo decía. Primero le dijo que se quedara en la puerta vigilando para que su hermano menor no cometiera aquel acto, pero viendo que no superaba el pánico, los dos fueron corriendo por la calle lateral en busca de alguien que les pudiera ayudar. De ese modo, en aquella calle principal, encontraron, aunque era muy de noche, abierta, una tienda comercial. El hermano mayor entró, y le dijo que sí lo podría vigilar, pero el comerciante se negó a ayudar. Le contestó que a lo mucho a la policía podría llamar. El hermano mayor como vió que no consiguió nada, volvió corriendo a la calle y desapareció en busca de una patrulla.
Él por su cuenta se había quedado sólo en aquella calle, con el solar industrial al fondo, y tenía la impresión de que su amigo, ya no se quería suicidar, sino que por venganza, ahora lo quería matar. De modo que salió huyendo de nuevo, cuando llegó al final de la calle comercial, giró intentando despistar a su perseguidor, el cuál, lo venía siguiendo en un vehículo con cara de odio, él lo intento despistar, girando hacia una cuesta abajo, donde se cruzó primero con un hombre, que a él lo veía sudando y muy asustado, al que le narró, que le estaban persiguiendo para matarlo. Pero aquel hombre, que bajaba la cuesta, le dijo: <<¿Estás seguro? Yo no veo a nadie, tú no estás en tú sano juicio>>. Él mientras huía, por la rabia que sentía de que no lo creía, volviendo el rostro atrás le dijo: <<Algún día morirás y entonces te acordarás, porque en penas habrás de reventar>>. Siguió hacia adelante, y en un cruce de calles vió aquel coche, como desde el otro lado de esa calle, lo observaba por la ventanilla, dando la vuelta a la manzana para cogerlo. De nuevo, salió huyendo, llegó, él, al final de la cuesta bajo y se tranquilizó un poco, porque allí, vió las luces de la fiesta, que parecía una feria o una verbena, y encontró al girar de nuevo hacia la derecha a otro hombre; a este le contó lo mismo que al primero y le dijo: <<ayúdeme, estoy muy cansado, ya casi no puedo caminar y me quieren matar>>. El hombre un poco incrédulo le dijo: <<Yo no veo a nadie, mirando hacia atrás, pero bueno te voy a ayudar, te acompañaré hasta el final>>. Éste hombre era mayor, canoso y con barba, un poco regordete como el primero, pero no con tanta panza, además cuando se cruzó con él, estaba paseando para adelgazar, y por eso sudaba. De modo, que él, siguió huyendo, pero cada vez más y más cansado, con las piernas muy pesadas y aquel hombre sencillo, humilde como la plata, le siguió hasta el final de la calle, donde otra pequeña calzada cruzaba. Allí encontraron a gente y eso un poco lo tranquilizaba, había muchas chicas jóvenes, y en el otro lado de la calle que cruzaba, el hombre que lo acompañaba, encontró a su hija, la cuál lo llamaba, el hombre se puso muy contento, porque no sabía donde estaba, y él dejándolo en su encuentro tan deseado, cruzó y pasó a la cera que hacia una próxima ladera lo llevaba. Se encontraba en zona segura pensaba, rodeado de muchas personas, junto a la casetas. Pero no, que error, aun le espera un gran horror. Se encontró en la puerta de las casetas a una familia recién llegada, parecían gente buena, gente llana, gitanos de nacionalidad Rumana. El patriarca estaba en la calle sentado con la matriarca, que estaba embarazada, al lado, tres o cuatro chicas jóvenes que parecían sus hijas. Cuando comenzó a pasar por delante de ellos, entre la estrecha baranda y la entrada de las portadas, tocó en el hombro a dos de ellas, la primera sonrió, una dulce fragancia para sus cabellos el ofreció, la segunda le volvió la espalda atemorizada, porque parecían prostitutas en la esquina de una calzada. En aquel momento llegó un hombre de su etnia, guapo, arreglado, con ojos torvos hacia él, y le contó algo al patriarca, el cuál, se levantó deshonrado y con un gran enfado, se dirigió a las muchachas, comenzó a llamarlas zorras, guarras, y golpearle la cara; después cogió a la matriarca embarazada, que tenía marcada con una "V" roja la cara, era una marca aborigen australiana, la puso en la esquina de la caseta, bajo una luz blanca, y luchando entre el amor, que lo detenía, cuando miraba a la criaturas que llevaba en su vientre, su familia, y su honor, deshonrado que se sentía, comenzó a insultarla, la cogió del cuello para matarla, y malograrla. Él viviendo aquella escena de terror, huyó, sin saber el resultado, sí el amor había detenido aquel gesto homicida, o si al contrario el deshonor, lo había convertido en infanticida.
Ya estaba muy cansado y ahora intentó escapar, subiendo una colina, pero sentía un peso tan grande encima, las rodillas doloridas, era como sí llevara un gran peso arrastrándolo todo el trayecto, le recordaba a un personaje bíblico, aunque no era capaz de saber a quien. Subió aquella ladera, como sí fuera una cordillera, casi de rodillas, iba casi arrastras entre un montón de flores sembradas, entre árboles frutales y plantas, que además estaban por un montón de periquitos regadas. Él iba intentando agarrarse a los periquitos de metal, para hacer fuerza y escapar, hacia la mitad, el hombre que dos veces le había negado la ayuda, una tercera se la volvió a negar, la situación era muy extraña, 3 veces apareció, en distinta situación y tres veces se la negó. La última, se veía como él, la mano le tendía y ese hombre la escondía, a pesar de ver que se arrastraba como podía.
Ya casi cuando estaba llegando arriba, una mujer o una chica, lo perseguía, aunque no era en sí una mujer, era algo que la poseía, con unos ojos ensangrentados, con el rostro muy desfigurado, queriéndole hacer creer que la culpa era de una mujer, le decía: <<Ya casi tengo, por ir a tú padre a decírselo>>. Él la miró con terror, viendo aquellos ojos ensangrentados, rojos como el calvario, y aquel ser, sostenía una taza de porcelana blanca en la mano, con una cucharilla del mismo material, muy fina, amenazándolo, como sí de un clavo se tratara o como de una afilada espina.
Al poco amaneció, había llegado a la cima, antes de la hora en que el gallo cantaría.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
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