Él se encontraba tumbado en aquel sofá, medio en vigilia, medio adormilado. El sofá se encontraba en la penumbra de la habitación de estar, bajo un mueble de madera muy viejo, que servía de estantería. A sus píes se hallaba el sofá con muchas mantas revueltas y almohadones. La habitación estaba muy oscura y él tenía un libro grande entre las manos, que parecía una edición muy antigua por su envoltura. De repente, comenzó a tener una pesadilla y dando manotazos, o mejor dicho, librazos al aire libre, trataba de expulsar de allí aquella presencia. Así rogaba a Dios: <<¡Dios mío, tráeme la luz, que se vaya de aquí, yo no he hecho nada!>>. En su triste súplica, Dios lo escuchó, él se levantó temeroso de la presencia y se dirigió hacia el balcón de su salón, alzó la persiana que oscurecía el cuarto y la luz penetró por toda la habitación, en su máximo esplendor. Cuando dejó atada la persiana, al subirla, pasó al pasillo que comunicaba la habitación con los dormitorios del interior. Allí, recogió la cortina roja y dejó que entrará la luz de aquel patio de la casa. Pero aún vió, a través de una ventana que había en el pasillo hacia la primera habitación, sobre la cama litera, estaba aquel resplandor, verde fosforito, brillante, que se le veía hasta el aura, con ropa normal y con un rostro muy definido que le miraba. Muy asustado, temiendo lo peor, el terror lo embarazó, pero viendo que no tenía otra salida, le habló, diciéndole: <<¿Qué haces ahí? ¿Quién eres tú?>>. La presencia le respondió: <<Ya sabes quien soy, me conoces de hace tiempo.>>. Y ciertamente, aquel rostro familiar, era el rostro de un conocido suyo, muy buen chaval, de corazón noble, pero triste y silencioso. Él, le indicó: <<Tú eres mi karma, ahora te reconozco>>. Así, la presencia le refirió: <<Ciertamente soy tú karma>>. Por lo que él, entró en la habitación y le dijo: <<Ven no me temas, quiero sentirte, toca mi mano>>. Habiendo perdido el miedo inicial, ahora el karma, era el temeroso y dudaba cuando vió su mano extendida. Pero poco a poco se le acerco desde lo alto de la litera y unió su mano con la de él. Él la sintió como sí fuera de carne y hueso, pero aun no dejaba de ser presencia su esencia. Más tarde, en pocos instantes, todo se transformó de manera muy extraña, aquella presencia masculina, se transformó en un presencia femenina, cambió su rostro y su cuerpo, para acabar uniéndose a él, en el lecho.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
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