Cuando llegó a casa el marido de Cristina, ella lo recibió con grandes muestras de cariño y de alegría. Lo besó y lo abrazó, haciéndole ver la enorme ilusión que la causaba, el que su marido volviese del trabajo antes de lo esperado. Ella se hallaba totalmente desnuda, y ante la sorpresa de él por encontrarla así, ella le dijo que como lo esperaba para mas tarde, sencillamente se preparaba para ducharse y acicalarse para estar guapa y deseable para su esposo.
La visión de su esposa en cueros, despertó el deseo del esposo, mas aún cuando ésta se mostró tan cariñosa y zalamera, pero Cristina se lo sacó de encima haciéndole ver que aún tenían tiempo de bajar a la calle y tomar un aperitivo. El marido no terminaba de convencerse, pero ella argumentó que si primero se tomaban un vermouth en la terraza de abajo, luego subirían mas alegres y relajados y lo pasarían mejor. Mientras decía todo ésto, ella no dejaba de vestirse, de peinarse y de marearlo.
Una vez ella estuvo lista, sonrió al marido con picardía, y cogió el bolso con las llaves. Después tomó a su esposo por el brazo y lo condujo hasta la puerta. Entonces salieron y se oyó el portazo de la puerta al cerrarse.
Fué sólo en ese momento cuando empecé a respirar tranquilo. Mi pulso empezó a recobrar su ritmo normal, y por fin pude salir del armario. Una vez en la calle, pasé cerca de la mesa en donde Cristina y su marido ya se habían sentado. Él no se fijó en mí, y ella hizo como que no me veía, y en unas cuantas zancadas me alejé de allí.
Autor: D. José María Martín Rengel.
La visión de su esposa en cueros, despertó el deseo del esposo, mas aún cuando ésta se mostró tan cariñosa y zalamera, pero Cristina se lo sacó de encima haciéndole ver que aún tenían tiempo de bajar a la calle y tomar un aperitivo. El marido no terminaba de convencerse, pero ella argumentó que si primero se tomaban un vermouth en la terraza de abajo, luego subirían mas alegres y relajados y lo pasarían mejor. Mientras decía todo ésto, ella no dejaba de vestirse, de peinarse y de marearlo.
Una vez ella estuvo lista, sonrió al marido con picardía, y cogió el bolso con las llaves. Después tomó a su esposo por el brazo y lo condujo hasta la puerta. Entonces salieron y se oyó el portazo de la puerta al cerrarse.
Fué sólo en ese momento cuando empecé a respirar tranquilo. Mi pulso empezó a recobrar su ritmo normal, y por fin pude salir del armario. Una vez en la calle, pasé cerca de la mesa en donde Cristina y su marido ya se habían sentado. Él no se fijó en mí, y ella hizo como que no me veía, y en unas cuantas zancadas me alejé de allí.
Autor: D. José María Martín Rengel.
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