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lunes, 9 de septiembre de 2013

A la fuga.

No sabía cómo había llegado allí. Era una especie de edificio gris plateado, en forma de rascacielos, hecho de hormigón armado y grandes ventanales. El se encontraba como en un patio exterior, de albero o tierra. Miró a su alrededor durante un largo tiempo, sintiendo que algo iba mal, se sentía prisionero en aquel enfermizo lugar. Observó que había un gran muro de cemento rodeando ese espacio diáfano, con grandes rejas que subía muy pronunciadamente hacia el cielo. Pensó rápidamente en fugarse de aquel sitio. No había nadie, o eso parecía. Él se dirigió hacía el muro y dando un salto de malabarista alcanzó la base de la reja, la cual trepó hasta lo alto. Después pasó la reja a horcajadas y descendió hasta la calle.
Al poco de darse a la fuga, comenzó a caminar calle a delante hasta llegar cerca de una iglesia o pequeña ermita en semiruina. Estaba tras otra reja, pero sin muro, era otra reja de alambre liso muy alta. Se percató de que alguien lo seguía, y dando otro salto se enganchó a dicha reja para resguardarse en aquella pequeña ermita o iglesia medio derruida. Cuando se encontraba subido en lo alto de la verja de alambre, llegó lo que le perseguía, era una energía de otro mundo, el cuál, lo miraba con malas inclinaciones. Él muy contento por haber conseguido subir a la verja, se balanceaba como un niño jugando en un balancín de alambre elástico. Ahora se aproximaba a su captor, ahora se alejaba, ahora se aproximaba otra vez,.... Parecía que tenía tal dominio de la situación desde esa posición que su captor sólo generaba más odio, por no poder cogerlo, a pesar de que se aproximaba mucho. Poco después, el captor con la rabia, saltó hasta la reja para darle caza, pero él saltó hacia el patio de la iglesia y después penetró en el interior de la misma, donde por alguna extraña razón, presentía que su captor no entraría. Pero no fue así, mientras él estuvo dentro observó que la iglesia estaba medio derruida, con vigas caídas, pinturas rojas desgastadas, mucha suciedad en el interior, mobiliario roto y todo en muy mal estado o desatendido. Entró en la nave central o interior, allí permaneció unos instantes, para observar a lo lejos,  a través de una ventana que hacía su captor; cuando vió que entraba en el patio y que iba acceder por una de las puertas, él se pasó a una pequeña capilla que había comunicada con la nave central y se colocó tras una columnata muy gruesa de piedra. Su captor entró y pasó hacia el altar mayor sin percatarse de que él estaba escondido tras la columnata, lo que tras ver a su perseguidor: alto, esbelto, con una larga cola, con cabeza de saurio y con cara alargada; le permitió darse de nuevo a la fuga. Salió huyendo del lugar a toda prisa y mirando asustado por donde podía escapar, contempló que podía huir por un lugar donde habían hecho recientemente obras, era como un muro pequeño de piedras de alcor con unión de cemento, donde se había puesto un doble vallado de alambrera metálica, pero de muy poca altura. Él corrió hacia el lugar, pensando que su perseguidor no lo podría seguir, pero pasó por lo alto de un camino de cemento fresco o recién echado, donde las pisadas quedaron registradas, y la dirección de la huida. Aun así, subió la primera alambrada y la saltó sin ninguna dificultad. Tras alcanzar el espacio entre la primera y la segunda reja de alambres, su perseguidor ya se encontraba en la puerta del edificio sacro buscando, él estaba a sólo un paso de la libertad, una pequeña alambrada y nada más.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


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