Espero que mi amigo Andrés no lea ésto, aunque en realidad no importa pues ya no es mi amigo. Fuimos amigos durante muchos años pero yo no sabía que era un perro rastrero y un falso. Sólo ahora que lo sabía, y que había sido victima de una de sus traiciones, había yo decidido tomarme una venganza en su mismo estilo frió y traidor.
Yo sabía que Andrés andaba loco con su coche, eso era una de las cosas más importantes para él, tanto es así que ahora pienso que su coche es mas importante que los amigos, y por eso pensé: !Ahí le duele! y le pinché con un punzón las cuatro ruedas de su coche.
Dos días después volví para ver si las había arreglado y así era, entonces planeé volver a hacerle lo mismo cuando llegara la noche y así lo hice. De nuevo esperé dos días, pero ésta vez me costó trabajo encontrar su coche, pues el muy ladino sospechaba que los ataques a su amado auto eran cosa intencionada y personal y lo aparcó muy lejos de su vivienda; Desde luego que tenía toda la razón al pensar que alguien se dedicaba a vengarse de su persona en su inocente automóvil, y eso es ya una muestra de su mala conciencia, y de que se sabe culpable de haber perjudicado a más de uno.
El lunes por la noche me aburría y me dediqué con paciencia y esmero a buscar el coche de Andrés, ésta vez lo había escondido a conciencia, pues no sólo estaba muy lejos de su barrio, sino que se las había ingeniado para encontrar un sitio en un pequeño callejón sin salida y con forma de ele, por lo cual sólo penetrando en el callejón podía ser divisado. Además había un bar muy cerca y se veía movimiento de personal. Por todo ello, decidí dar un largo paseo para hacer tiempo de que cerrase el bar y ya sin testigos volver a pincharle las 4 ruedas, cosa que más tarde hice, y confieso que además con un enorme placer.
Unos días más tarde, supe por amigo común que Andrés dormía en el coche. Fingí sorpresa y pregunté el motivo, y mi amigo me dijo que al parecer había por ahí un cabrón que se dedicaba a pincharle las ruedas del coche un día sí y otro también. Entonces decidí esperar un par de semanas para que se calmara la cosa, pero después me apiadé de él y pensé que no debía de hacerle sufrir tanto, que ya había tenido bastante y que debía de librarle de tanta preocupación por su vehículo.
Y así lo hice: Andrés ya no tiene que preocuparse más por su amado coche; un poco de gasolina y un trapo lo convirtieron pura chatarra chamuscada, y ahora Andrés ya puede dormir tranquilo, si es que su conciencia se lo permite.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Yo sabía que Andrés andaba loco con su coche, eso era una de las cosas más importantes para él, tanto es así que ahora pienso que su coche es mas importante que los amigos, y por eso pensé: !Ahí le duele! y le pinché con un punzón las cuatro ruedas de su coche.
Dos días después volví para ver si las había arreglado y así era, entonces planeé volver a hacerle lo mismo cuando llegara la noche y así lo hice. De nuevo esperé dos días, pero ésta vez me costó trabajo encontrar su coche, pues el muy ladino sospechaba que los ataques a su amado auto eran cosa intencionada y personal y lo aparcó muy lejos de su vivienda; Desde luego que tenía toda la razón al pensar que alguien se dedicaba a vengarse de su persona en su inocente automóvil, y eso es ya una muestra de su mala conciencia, y de que se sabe culpable de haber perjudicado a más de uno.
El lunes por la noche me aburría y me dediqué con paciencia y esmero a buscar el coche de Andrés, ésta vez lo había escondido a conciencia, pues no sólo estaba muy lejos de su barrio, sino que se las había ingeniado para encontrar un sitio en un pequeño callejón sin salida y con forma de ele, por lo cual sólo penetrando en el callejón podía ser divisado. Además había un bar muy cerca y se veía movimiento de personal. Por todo ello, decidí dar un largo paseo para hacer tiempo de que cerrase el bar y ya sin testigos volver a pincharle las 4 ruedas, cosa que más tarde hice, y confieso que además con un enorme placer.
Unos días más tarde, supe por amigo común que Andrés dormía en el coche. Fingí sorpresa y pregunté el motivo, y mi amigo me dijo que al parecer había por ahí un cabrón que se dedicaba a pincharle las ruedas del coche un día sí y otro también. Entonces decidí esperar un par de semanas para que se calmara la cosa, pero después me apiadé de él y pensé que no debía de hacerle sufrir tanto, que ya había tenido bastante y que debía de librarle de tanta preocupación por su vehículo.
Y así lo hice: Andrés ya no tiene que preocuparse más por su amado coche; un poco de gasolina y un trapo lo convirtieron pura chatarra chamuscada, y ahora Andrés ya puede dormir tranquilo, si es que su conciencia se lo permite.
Autor: D. José María Martín Rengel.
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