Se encontraba en un lugar desconocido. Sobre una especie de tierras de secano. Apareció un pequeño agujero en la tierra, era como una galería vertical que descendía, tallada en piedra. Similar a los corredores verticales de las mastabas del antiguo Egipto. La miró con extrañeza, se preguntaba a donde iría esa entrada subterránea, que allí se le aparecía. En un principio ese agujero no estaba, luego se hundió la entrada y apareció a su pies. El justo al borde, pensó que se podía haber caído dentro y se alejó un poco por miedo. Parecía muy profundo y como sí de un pozo o un abismo se tratara, en su fondo una extrema oscuridad. Mientras fuera, la luz desbordante y brillante, todo lo ocupaba.
Pero en sólo instante, todo cambió y aquel pequeño agujero comenzó a hundir más y más la tierra sobre la que pisaba, como sí algo por dentro la socavara. Se lo tragaba todo, como sí de un agujero negro o de un agujero secreto se tratara.
Él miro cerca de allí, había un agujero enorme que era anterior a ese que se estaba formado en aquel momento. Y ese agujero enorme, parecía una piscina semihundida, que primero abrió la tierra, se tragó la superficie y después "regresó" a devolverla , transformándola en una escombrera. Todas las piedras y la arena revueltas. Mientras tanto, el agujero de sus pies, parecía querer tragárselo y lo perseguía haciéndose más y más grande, hundiendo toda la superficie, pero sí el otro era enorme, éste era gigante. Llegó al límite y cuando se quiso dar cuenta, justo en el momento en que pensaba que se lo iba a tragar aquel abismo, la tierra paró de tragar y empezó a "vomitar". Todo lo que se había tragado, ahora era arrojado desde dentro hacia fuera, a borbotones, en cuestión de segundos todo estaba otra ves tapado, pero las marcas de haberse hundido, aún persistían, una gran alberca de tierra y roca se percibía. Él había quedado dentro.
Después un extraño suceso. Entre columnas de mármol, se encontraban formando como un tipo de palacio, dos carros, una negro y otro blanco. Tirados por dos corceles muy hermosos cada carro. El carro negro tirado por caballos blancos y el carro blanco tirado por caballos negros. En una competición de "cuadrigas" corrían, y entre las columnas de mármol Pentélico competían. El carro blanco tirado por un hombre de barba blanca y larga, envolvía al carro negro en una maniobra diestra, mientras el carro negro intentaban "chafarse" de esa maniobra. El conductor del carro negro, cubierto de cuero, delgado y esbelto, elevaba sus corceles, como pretendiendo escapar del duelo.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.
Pero en sólo instante, todo cambió y aquel pequeño agujero comenzó a hundir más y más la tierra sobre la que pisaba, como sí algo por dentro la socavara. Se lo tragaba todo, como sí de un agujero negro o de un agujero secreto se tratara.
Él miro cerca de allí, había un agujero enorme que era anterior a ese que se estaba formado en aquel momento. Y ese agujero enorme, parecía una piscina semihundida, que primero abrió la tierra, se tragó la superficie y después "regresó" a devolverla , transformándola en una escombrera. Todas las piedras y la arena revueltas. Mientras tanto, el agujero de sus pies, parecía querer tragárselo y lo perseguía haciéndose más y más grande, hundiendo toda la superficie, pero sí el otro era enorme, éste era gigante. Llegó al límite y cuando se quiso dar cuenta, justo en el momento en que pensaba que se lo iba a tragar aquel abismo, la tierra paró de tragar y empezó a "vomitar". Todo lo que se había tragado, ahora era arrojado desde dentro hacia fuera, a borbotones, en cuestión de segundos todo estaba otra ves tapado, pero las marcas de haberse hundido, aún persistían, una gran alberca de tierra y roca se percibía. Él había quedado dentro.
Después un extraño suceso. Entre columnas de mármol, se encontraban formando como un tipo de palacio, dos carros, una negro y otro blanco. Tirados por dos corceles muy hermosos cada carro. El carro negro tirado por caballos blancos y el carro blanco tirado por caballos negros. En una competición de "cuadrigas" corrían, y entre las columnas de mármol Pentélico competían. El carro blanco tirado por un hombre de barba blanca y larga, envolvía al carro negro en una maniobra diestra, mientras el carro negro intentaban "chafarse" de esa maniobra. El conductor del carro negro, cubierto de cuero, delgado y esbelto, elevaba sus corceles, como pretendiendo escapar del duelo.
Autor: D. Jesús Castro Fernández.