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viernes, 27 de septiembre de 2013

Agujeros secretos.

Se encontraba en un lugar desconocido. Sobre una especie de tierras de secano. Apareció un pequeño agujero en la tierra, era como una galería vertical que descendía, tallada en piedra. Similar a los corredores verticales de las mastabas del antiguo Egipto. La miró con extrañeza, se preguntaba a donde iría esa entrada subterránea, que allí se le aparecía. En un principio ese agujero no estaba, luego se hundió la entrada y apareció a su pies. El justo al borde, pensó que se podía haber caído dentro y se alejó un poco por miedo. Parecía muy profundo y como sí de un pozo o un abismo se tratara, en su fondo una extrema oscuridad. Mientras fuera, la luz desbordante y brillante, todo lo ocupaba. 

Pero en sólo instante, todo cambió y aquel pequeño agujero comenzó a hundir más y más la tierra sobre la que pisaba, como sí algo por dentro la socavara. Se lo tragaba todo, como sí de un agujero negro o de un agujero secreto se tratara. 

Él miro cerca de allí, había un agujero enorme que era anterior a ese que se estaba formado en aquel momento. Y ese agujero enorme, parecía una piscina semihundida, que primero abrió la tierra, se tragó la superficie y después "regresó" a devolverla , transformándola en una escombrera. Todas las piedras y la arena revueltas. Mientras tanto, el agujero de sus pies, parecía querer tragárselo y lo perseguía haciéndose más y más grande, hundiendo toda la superficie, pero sí el otro era enorme, éste era gigante. Llegó al límite y cuando se quiso dar cuenta, justo en el momento en que pensaba que se lo iba a tragar aquel abismo, la tierra paró de tragar y empezó a "vomitar". Todo lo que se había tragado, ahora era arrojado desde dentro hacia fuera, a borbotones, en cuestión de segundos todo estaba otra ves tapado, pero las marcas de haberse hundido, aún persistían, una gran alberca de tierra y roca se percibía. Él había quedado dentro. 

Después un extraño suceso. Entre columnas de mármol, se encontraban formando como un tipo de palacio, dos carros, una negro y otro blanco. Tirados por dos corceles muy hermosos cada carro. El carro negro tirado por caballos blancos y el carro blanco tirado por caballos negros. En una competición de "cuadrigas" corrían, y entre las columnas de mármol Pentélico competían. El carro blanco tirado por un hombre de barba blanca y larga, envolvía al carro negro en una maniobra diestra, mientras el carro negro intentaban "chafarse" de esa maniobra. El conductor del carro negro, cubierto de cuero, delgado y esbelto, elevaba sus corceles, como pretendiendo escapar del duelo.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


La señal carmesí.

El muchacho se hallaba en el interior de un pequeña iglesia de piedra, parecía románica, como una pequeña ermita con una sola nave, sin decoraciones, sin altar,.... Estaba acompañado de una amigo y otra chico le introducía en su mochila una pieza en forma de queso, pero con el color del cáñamo . La pieza estaba envuelta en un fino papel transparente y el tenía la sensación de que estaba mal transportar aquel paquete, pero sólo era una intuición.

Cuando estaba apunto de abandonar la pequeña ermita, un grupo muy grande de personas comenzó a entrar, por la pequeña puerta de madera que tenía a la entrada, parecía que venían a oír una declamación. Muchas mujeres, hombres y niños con niñas. Una gran mayoría venían ataviados con ropas de turistas y con cámaras de vídeo o fotográficas. Mientras, el muchacho un poco asustado por la sorpresa y el paquete que llevaba, aunque no estaba seguro que era, iba vestido con una chilaba de algodón blanco típica de los Andes, de color blanca con figuras de yamas en negro, con botones de color marrón en madera, que cerraban la prenda como sí de una chaqueta se tratara.

Entre la multitud entró a quien seguían, era un hombre con gafas, vestido con una toga blanca de sacerdote, se dirigió al centro de la ermita, donde había un micrófono para dirigirse a la gente que allí se había congregado para oírle. El muchacho intentó huir sigilosamente, pero el sacerdote, lo buscaba con la mirada impaciente, como sí no hubiera más nadie en aquella sala, que importara, más que el muchacho. Él por su parte se encontró sólo, puesto que su amigo había desaparecido entre la multitud y el chico que le había introducido el paquete también. Se dirigió hacia la puerta para salir y intuyendo que lo reclamaban con la mirada, miró atrás y allí, ese sacerdote, con grandes ojeras, lo saludo de manera muy simpática, como sí fueran grandes amigos y se conocieran. Él le respondió con otro saludo y salió por la puerta. 

En la puerta había un gran número de personas, era como una gran fiesta esparcida por una gran pradera con colinas en ladera. Pero la ermita estaba rodeada de seguridad por todas partes, como sí aquel sacerdote que había ido a hablar fuera alguien muy importante para la cristiandad. Hombres de negro cercaban toda la ermita, con trajes de chaqueta y con escopetas escondidas, armados hasta los dientes, se dedicaban a pasar exámenes de seguridad a todo el mundo. El muchacho intentaba salir de aquel cerco y se aproximó a uno de esos controles de seguridad tan severos. Dos hombres de negro lo recibieron, le dijeron que debía pasar por entre una especies de cámaras que un punto rojo, una especie de láser o así. El asustado, porque le dijeran algo del paquete, pensando que ellos pensarían, que se trataba de una bomba para un atentado. Se acercó con temor, conversó con el guarda seguridad, que era un chico joven. El  guarda de seguridad le dijo, que era le caía muy bien y que le dejaría salir, pasando por el control de seguridad. Él se aproximó entre las dos cámaras y cuando le iban a acercar el punto rojo a la mochila, hizo como que perdía píe y se tambaleaba, perdiendo el equilibrio. El punto rojo pasó tan rápido sobre la mochila, cayendo en el suelo, que no localizó el paquete. Fue entonces cuando le dijo, que se podía ir.

Cuando por fin pasó el control de seguridad se dirigió por las lomas de la pradera observando la gran fiesta. Y dirigiéndose hacia una zona pantanosa o fangosa, halló cientos de monederos de telas incrustados en el fango. Cientos de carteras abandonadas a su suerte, como sí hubiera habido una espantada y todos hubieran tenido que salir corriendo, olvidando sus carteras con sus documentos y su dinero. El contempló que muchas habían sido abiertas y les habían cogido el dinero, dejando todo los demás. Él cogió una cartera cerrada, la extrajo del lodo y notó como estaba llena de dinero, puesto que a pesar de su humilde condición, pesaba muchísimo. La abrió para coger el dinero y dentro encontró, muchos más monederos más pequeños, todos llenos de dinero, pero que había que ir abriendo uno a uno. Era como, mientras se dividían las carteras, se multiplicaba el dinero. Al final la cerró y siguió paseando por las laderas. Vió como muchas personas se agrupaban en peleas, trifulcas muy agresivas por todas y cada una de aquellas laderas. Y así, contempló como la más salvaje de todas se encontraba a la entrada de la ermita, en el interior del cerco de seguridad. Al parecer un grupo de negro se había saltado el cerco y como sí de un combate de lucha libre se tratara, se golpeaban sucesivamente. Él desde fuera decía a voz en grito: <<¡Otra vez, es que sois unos salvajes!>>. 

Tras contemplar la contundente paliza que se dieron mutuamente, se fue paseando por las laderas de la pradera, ya era casi de día, empezaba a amanecer, ya que salió de la ermita al atardecer, y vislumbró, como un lagarto enorme, no sabía decir, de que estaba hecho, era arrojado desde lo alto de una colina hacia abajo, rodando. El lagarto parecía estar lleno de agua o de algún líquido y cuando llegó a bajo, a la base de la colina, estaba reventado por todos lados, hueco, con el líquido desperdigado.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


jueves, 26 de septiembre de 2013

El puente.

Transcurría el último decenio del siglo XVII. Ella estaba sobre aquel puente nevado, en medio de la frondosidad de los árboles blancos. El riachuelo, pasando entre los píes del puente, helado. La noche era fría y la luna se encontraba llena. 

Ella esperaba a su amado, bajo aquella capa púrpura que la cubría. El silencio era su compañero, en la espera amarga. ¡Vendría!, se repetía una y otra vez. Mientras el único calor que recibía era el de su corazón. Sus sentimientos la abrasaban por dentro, pero el exterior la helaba por fuera, sus miedos la absorbían en sus pensamientos. 

Paso un buen rato, cuando escuchó un ruido en un árbol. ¡Era el viento!. No su amado. ¿Qué le habría ocurrido? La había abandonado. ¡No, no podía ser! Ella sabía que estaba enamorado. Y poco descubrió la verdad, un mensajero llegó y una carta de amor le entregó.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.  


martes, 24 de septiembre de 2013

Zalamera.

Cuando llegó a casa el marido de Cristina, ella lo recibió con grandes muestras de cariño y de alegría. Lo besó y lo abrazó, haciéndole ver la enorme ilusión que la causaba, el que su marido volviese del trabajo antes de lo esperado. Ella se hallaba totalmente desnuda, y ante la sorpresa de él por encontrarla así, ella le dijo que como lo esperaba para mas tarde, sencillamente se preparaba para ducharse y acicalarse para estar guapa y deseable para su esposo.
   La visión de su esposa en cueros, despertó el deseo del esposo, mas aún cuando ésta se mostró tan cariñosa y zalamera, pero Cristina se lo sacó de encima haciéndole ver que aún tenían tiempo de bajar a la calle y tomar un aperitivo. El marido no terminaba de convencerse, pero ella argumentó que si primero se tomaban un vermouth en la terraza de abajo, luego subirían mas alegres y relajados y lo pasarían mejor. Mientras decía todo ésto, ella no dejaba de vestirse, de peinarse y de marearlo.
   Una vez ella estuvo lista, sonrió al marido con picardía, y cogió el bolso con las llaves. Después tomó a su esposo por el brazo y lo condujo hasta la puerta. Entonces salieron y se oyó el portazo de la puerta al cerrarse.
    Fué sólo en ese momento cuando empecé a respirar tranquilo. Mi pulso empezó a recobrar su ritmo normal, y por fin pude salir del armario. Una vez en la calle, pasé cerca de la mesa en donde Cristina y su marido ya se habían sentado. Él no se fijó en mí, y ella hizo como que no me veía, y en unas cuantas zancadas me alejé de allí.

Autor: D. José María Martín Rengel.



lunes, 23 de septiembre de 2013

El corte.

Se había cortado la garganta y no paraba de sangrar. La sangre brotaba y brotaba, como sí fuese un manantial. Comenzó a mirarse en el espejo, aquel profundo corte, mientras en su mano sostenía el instrumental. Cuando se quiso dar cuenta, ya no había marcha atrás. El espejo en el que se miraba, lo representaba tal cual. ¿Por qué tenía que ocurrir eso? a él, que no había cometido ningún mal. Pronto tenía que tomar una decisión, ya no había tiempo que tardar, era aquel el momento, o ahora o .... 

En ese momento tomó la decisión, cogió papel higiénico y la herida se taponó. Y después salió a la tienda más cercana, a adquirir una nueva maquinilla de afeitar, que no le cortara y lo desangrara más.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



viernes, 20 de septiembre de 2013

No fué el Karma, fuí yo.

Espero que mi amigo Andrés no lea ésto, aunque en realidad no importa pues ya no es mi amigo. Fuimos amigos durante muchos años pero yo no sabía que era un perro rastrero y un falso. Sólo ahora que lo sabía, y que había sido victima de una de sus traiciones, había yo decidido tomarme una venganza en su mismo estilo frió y traidor.
   Yo sabía que Andrés andaba loco con su coche, eso era una de las cosas más importantes para él, tanto es así que ahora pienso que su coche es mas importante que los amigos, y por eso pensé: !Ahí le duele! y le pinché con un punzón las cuatro ruedas de su coche.
   Dos días después volví para ver si las había arreglado y así era, entonces planeé volver a hacerle lo mismo cuando llegara la noche y así lo hice. De nuevo esperé dos días, pero ésta vez me costó trabajo encontrar su coche, pues el muy ladino sospechaba que los ataques a su amado auto eran cosa intencionada y personal y lo aparcó muy lejos de su vivienda; Desde luego que tenía toda la razón al pensar que alguien se dedicaba a vengarse de su persona en su inocente automóvil, y eso es ya una muestra de su mala conciencia, y de que se sabe culpable de haber perjudicado a más de uno.
   El lunes por la noche me aburría y me dediqué con paciencia y esmero a buscar el coche de Andrés, ésta vez lo había escondido a conciencia, pues no sólo estaba muy lejos de su barrio, sino que se las había ingeniado para encontrar un sitio en un pequeño callejón sin salida y con forma de ele, por lo cual sólo penetrando en el callejón podía ser divisado. Además había un bar muy cerca y se veía movimiento de personal. Por todo ello, decidí dar un largo paseo para hacer tiempo de que cerrase el bar y ya sin testigos volver a pincharle las 4 ruedas, cosa que más tarde hice, y confieso que además con un enorme placer.
   Unos días más tarde, supe por amigo común que Andrés dormía en el coche. Fingí sorpresa y pregunté el motivo, y mi amigo me dijo que al parecer había por ahí un cabrón que se dedicaba a pincharle las ruedas del coche un día sí y otro también. Entonces decidí esperar un par de semanas para que se calmara la cosa, pero después me apiadé de él y pensé que no debía de hacerle sufrir tanto, que ya había tenido bastante y que debía de librarle de tanta preocupación por su vehículo.
    Y así lo hice: Andrés ya no tiene que preocuparse más por su amado coche; un poco de gasolina y un trapo lo convirtieron pura chatarra chamuscada, y ahora Andrés ya puede dormir tranquilo, si es que su conciencia se lo permite.

Autor: D. José María Martín Rengel.


Goteo.

Goteaba el ticked de la entrada, aquel rojo fuerte, sobre el verde, de una mano yacente. La mano flácida, inerte, conducía a una visión grotesca de la escena. La sala de cine, oscura, con todos los espectadores pendiente de la proyección, nadie se percató. ¿Qué había ocurrido?. Un asesino en la sala, o varios enloquecidos. En esa proyección, la visión grotesca de ese cine, con aquella persona muerta. 

Los espectadores veían en esa película, un tratamiento extraño de una visión horrenda de la muerte, morir sin sentir. Mientras tanto, en la sala de cine, mientras en la pantalla la cámara subía de la mano, a un plano general de los contornos humanos de aquel cine, un grupo de espectadores se levantan y se dirigen a las puertas, cada uno parte de un asiento, sin ninguna relación aparente, bueno una, todos era niños u adolescentes. Se escuchan ruidos, como de cerraduras que se abriesen o se cerrasen. Los espectadores continúan viendo la imagen en la película, varias personas procedentes del exterior penetran en la sala, y con todo tipo de armas, tras haberlos encerrado, comienzan una matanza. 

En el cine, se escuchan risas y en la pantalla lágrimas, las risas son de los niños, que en un instante, como una jauría de "locos" sin alma, comienza a disparar con armas. Los cuerpos comienzan a caer por todas partes, el silencio, las risas y los gritos se entremezclan con los llantos y las lágrimas. Uno corren, otros se esconde, otros mueren y algunos se levantan para hacerles cara.

Aquella chica cerro su libro horrorizada y se dijo: <<Que fantasía tiene la autora, unos niños asesinos, que viendo en una película una matanza, realizan su propio crimen y acechanzas, todo escrito en un página. Éste libro, no lo volveré a leer por venganza>>.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


miércoles, 18 de septiembre de 2013

Mi chica no tiene corazón.

Recientemente me ví obligado a llevar a Alice al robopsicólogo. Aunque en la mayoría de las situaciones es altamente eficaz y satisfactoria  había algunos aspectos que era necesario mejorar. Por ejemplo: Yo deseaba que ella fuera algo mas cariñosa conmigo, que riera más mis gracias y que riera menos las de mi amigo Paul. Otra cosa que también quería hacer era introducir algo de variedad en nuestras ya monótonas relaciones sexuales; Alice es muy complaciente pero carece de imaginación.
   La primera vez que ví a Alice fué en el Stand de nuestra compañía, aunque debo de decir que antes de verla ya me habían hablado de ella. Tan sólo unas semanas después ella ya estaba instalada en mi casa, y la convivencia fué mucho mejor de lo que yo mismo había esperado, aunque no tan fantástica como se me había asegurado.
   Alice era una genial conversadora, prácticamente no había nada de lo que no pudiese hablar. Tenerla en casa era todo un privilegio, pero todo el mundo sabe que no hay nada perfecto.
   Hace tan sólo unos días noté los cambios en la configuración de Alice. Ahora estoy mucho mas satisfecho, y aún tengo las expectativas de experimentar nuevas configuraciones. No se si les he dicho que Alice es un robot diseñado para suplir a cualquier compañera humana y que incluso me acompañará en mis viajes espaciales. No me importa que no tenga corazón, pues estoy aprendiendo a realizar yo mismo las configuraciones.

Autor: D. José María Martín Rengel.


¡Por lo callos de cristo!.

Caminaba Jesús con sus apóstoles por aquel camino polvoriento, la arboleda rodeaba todo el camino a lo largo. En el ambiente, el polvo de la tierra seca se elevaba a su paso, el sonido claro y chisporroteante de las chicharras en los nidos de los árboles los acompañaban. Jesús le decía a Pedro, en aquel tiempo todavía Simón: <<Simón a lo largo de camino, te dolerán los píes y te detendrás a curarte con flor de miel>>. Simón que no entendía nada de lo que le decía, pensaba: <<Hay que ver las cosas que dice éste hombre, cosas tan ambiguas como hermosas>>. 
Pasó un largo rato, cuando el camino comenzó ha hacer duro y largo, a pesar de que la tierra era suave y densa como la de la playa más coqueta. Simón que había  ido todo el camino conversando con los demás apóstoles, le dijo a Jesús: <<Señor, yo pensaba que íbamos cerca y que el camino no sería tan tedioso como engorroso>>. Jesús viendo lo chistoso del asunto, le dijo de nuevo a Simón: <<Amigo Simón, no seas perezoso, ya que el cielo está cerca y sólo se alcanza con ligereza y presteza>>. Simón, quejica como él sólo le respondió: <<Señor, cualquier día le hago una revolución.>>. Jesús riendo a carcajadas le refirió: <<Ya te lo advertí al principio del camino, que al final de tú destino, tendrás que curar tus píes por el dolor del desatino>>. Simón, esta vez cayó y dejó que los demás apóstoles conversaran con Jesús. Pasadas las horas del día y agotadas las horas de la jornada, llegaron a roca bien labrada. Simón llegó y se sentó encima y dijo: <<¡Por los callos de cristo! ¡Qué dolor más inaudito! ¡Tengo los píes enmorecidos y doloridos de tanto caminar! ¡Ya no puedo más!>>. Jesús no se podía reír más y mando a todos parar. Y le dijo: <<Anda amigo mío, vez aquella planta que brota de la tierra, cógela, parte un fragmento de ella, limpiarla y aplicartela en los cayos que ya tendrás, eso te aliviará. Simón sorprendido le dijo: <<Pero Señor ¿cómo sabías que me dolerían los píes y que tendría que aplicar esa flor de miel?. Jesús le respondió: <<Fue sencillo, tú eres marino y no eres de andar por caminos; y yo soy el camino del destino, por lo que vi tú callos como los míos al principio del camino>>. Ahora ponte la pulpa del Aloe Vera, que la piel te regenera y hará que los callos desaparezcan. 

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



La luz interior.

Él se encontraba tumbado en aquel sofá, medio en vigilia, medio adormilado. El sofá se encontraba en la penumbra de la habitación de estar, bajo un mueble de madera muy viejo, que servía de estantería. A sus píes se hallaba el sofá con muchas mantas revueltas y almohadones. La habitación estaba muy oscura y él tenía un libro grande entre las manos, que parecía una edición muy antigua por su envoltura. De repente, comenzó a tener una pesadilla y dando manotazos, o mejor dicho, librazos al aire libre, trataba de expulsar de allí aquella presencia. Así rogaba a Dios: <<¡Dios mío, tráeme la luz, que se vaya de aquí, yo no he hecho nada!>>. En su triste súplica, Dios lo escuchó, él se levantó temeroso de la presencia y se dirigió hacia el balcón de su salón, alzó la persiana que oscurecía el cuarto y la luz penetró por toda la habitación, en su máximo esplendor. Cuando dejó atada la persiana, al subirla, pasó al pasillo que comunicaba la habitación con los dormitorios del interior. Allí, recogió la cortina roja y dejó que entrará la luz de aquel patio de la casa. Pero aún vió, a través de una ventana que había en el pasillo hacia la primera habitación, sobre la cama litera, estaba aquel resplandor, verde fosforito, brillante, que se le veía hasta el aura, con ropa normal y con un rostro muy definido que le miraba. Muy asustado, temiendo lo peor, el terror lo embarazó, pero viendo que no tenía otra salida, le habló, diciéndole: <<¿Qué haces ahí? ¿Quién eres tú?>>. La  presencia le respondió: <<Ya sabes quien soy, me conoces de hace tiempo.>>. Y ciertamente, aquel rostro familiar, era el rostro de un conocido suyo, muy buen chaval, de corazón noble, pero triste y silencioso. Él, le indicó: <<Tú eres mi karma, ahora te reconozco>>. Así, la presencia le refirió: <<Ciertamente soy tú karma>>. Por lo que él, entró en la habitación y le dijo: <<Ven no me temas, quiero sentirte, toca mi mano>>. Habiendo perdido el miedo inicial, ahora el karma, era el temeroso y dudaba cuando vió su mano extendida. Pero poco a poco se le acerco desde lo alto de la litera y unió su mano con la de él. Él la sintió como sí fuera de carne y hueso, pero aun no dejaba de ser presencia su esencia. Más tarde, en pocos instantes, todo se transformó de manera muy extraña, aquella presencia masculina, se transformó en un presencia femenina, cambió su rostro y su cuerpo, para acabar uniéndose a él, en el lecho.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


domingo, 15 de septiembre de 2013

Lírica Amniótica.

Salió aquella tarde a pasear, ¿qué buscaba?, no lo sabía. A medio camino se cruzó, en aquel barrio de amores románticos de su pasado, una niña. La niña a penas tenía los 5 años, venía corriendo cuesta abajo, siguiendo a su corazón, su propia búsqueda. La pequeña era rubia, con cabello largo, delgada, con ropa veraniega de familia humilde y muy simpática. La niña venía un poco preocupada, se paró frente él y le preguntó: <<¿Tú has visto a mi mama?>>. Él se quedó mirándola, no había nadie por la calle, excepto algún vehículo que acababa de pasar y le respondió: <<No, yo no he visto a tú mama. ¿Donde está tú casa?>> Y la pequeña con mayor dulzura del mundo, con esa preciosa inocencia, con la belleza de las palabras que se asemejan a una azucena le contestó: <<Mi casa, está cruzando un camino. Yo se donde está mi casa>>. Aquel hombre joven, le dijo: <<Pues sabes qué, creo que he visto a tú madre que iba hacia tú casa>>. La pequeña, ilusionada con un rayo de verdad, había visto culminado su búsqueda: "mama está en casa", pensaría. Él sabía que no había visto a su madre, porque no la conocía, pero también sabía que la pequeña le seguiría. 
Con la inocencia más pura, con la verdad en las palabras, con el único objetivo de encontrar a su madre, la niña, haciendo caso al hombre, le dijo: <<Pues yo no he visto a mi madre>>. Y él, le indicó, sabiendo que sí la dejaba allí estaba expuesta a muchos peligros, que ella en su inconsciencia pura, limpia, no percibía, como el tráfico de la carretera paralela a la acera, el extravío por un miedo inesperado,... hasta entonces sin miedo había avanzado, en busca de su madre y allí estaba sola: <<¿Haber donde está tú casa? Te voy acompañar, porque tú no has visto a tú madre, porque venías muy deprisa>>. La pequeña le respondió: <<Mi casa está por alli. ¿Y tú como te vas a volver después a tú casa?>>.
Siguieron desde el cruce hasta girar en una calle, él, le puso la mano en la cabeza y le dijo: <<Yo regresaré después a mi casa por esa otra calle. Anda vamos, seguro que tú madre ya está en casa>>. Ella convencida de lo que le había dicho, se fue caminando con él, en el instante en que entraron por la calle, un hombre con un perro se cruzó y los vió a los dos, a la pequeña y al joven que la acompañaba. Mientras caminaban la pequeña el pelo se retocaba, de manera delicada, y le preguntaba al joven: <<¿Tú tienes coche?>> y él, le respondió: <<Yo no y ¿tú tienes bicicleta?>>. Ella le dijo en su pureza: <<Sí yo tengo una bicicleta>>. 
Estando ya muy cerca de su casa, le niña le dijo: <<Por aquí es mí casa>>. Y le refirió. Haber ¿cuál es tú casa?. La niña subió los peldaños de una escalera que daban acceso a una galería cubierta, mientras una vecina adolescente, baja por la misma escalera, iba a recoger un alisador del pelo a casa de otra vecina; ésta daba paso a la derecha a una casa patio, donde varias familias habitaban, era uno de los barrios obreros de la ciudad. Justo cuando entraron a la parte alta de la escalera, un vecina, que limpiaba la puerta, los vió y le preguntó a la niña: <<¿Encontraste a tú madre?>>. Él joven respondió por la niña, ya que la pequeña iba en busca de su madre a su casa y no respondió a la vecina. Él le contestó: Estaba muy cerca de la carretera y la he traído, ¿sabe usted donde vive?. Y la mujer le respondió, en esa casa del interior del patio, ahí está su padre durmiendo, según me dijo la niña, antes. La mujer y él se aproximaron hacia la puerta del patio, observaron a la niña como iba hasta la puerta de su casa y le decía a él: <<Ésta es mi casa>>. La vecina le dijo: <<Llama a la puerta, llama a tú padre>>. Ella entró un instante y vió que su padre seguía durmiendo, mientras que su madre no estaba. Salió y le dijo a él: <<Mi madre no está todavía, está mi padre durmiendo y no lo quiero despertar>>. Él viendo como la pequeña había descubierto el engaño, mal se sentía. En ese instante, el padre que había escuchado a la vecina y al joven, salió por la puerta, adormilado y molesto, cogió a la pequeña del brazo, la introdujo hacia dentro por la puerta de madera y cristal, levantó el otro brazo y le lanzó una guantada a la niña en el trasero, por... 
La vecina le dijo al joven: <<Pobre, no sabe una como acertar, con lo pequeña que es>>. Él sabiendo, que la pequeña no tenía culpa de nada, más de querer estar con su madre, le dijo: <<Así es señora, hasta luego>> y partió camino de su propia búsqueda. 

Autor: D. Jesús Castro Fernández



sábado, 14 de septiembre de 2013

Divinity.

La conflagración de los mundos estaba en marcha, esa Era en la que la guerra lo arrastraba todo al abismo parecía no tener fin. Durante ese tiempo, los muertos se contaban por miles a la hora, muertos de un bando y de otro: humanos, mutantes, clones, cibors, híbridos de todos los tipos,... 
En una de esos días en que la batalla no tenía fin, incluso cuando acaba el día y cae la noche, murió aquel hombre tan especial, su cuerpo cayó sobre tierra, desprendiendo su alma hacia la otra tierra. 
Sin darse cuenta, pues no recordaba nada, apareció allí, era una mujer, bella, delicada, culta y muy bien formada. Le preguntó a alguien que pasaba, qué hacía en aquel lugar, ¿donde se encontraba?, ¿quién era? y sí la podía ayudar. El anciano que se paró a atenderla le dijo: <<Muchacha bella te daré tus respuestas, pero no esperes sentirte satisfecha>>. El anciano comenzó a hablar y decía así: <<Éste lugar es la conocida como Dimensión Paralela Espacial de los Espectros del Vacío Cuántico. Aquí vienen todos los seres orgánicos que viven en otra Dimensión Espacial Paralela, cuando abandonan sus cuerpos, lo que allí se le denomina alma, nosotros aquí lo denominamos vacío cuántico, viene a parar a éste lugar, aquí reina la paz y allí reina la guerra; aquí las almas de los humanos, de los mutantes, de los cibors biotecnológicos, de los híbridos de todas las clases se configuran de nuevo en una  forma inversa de la materia, ya que sus energías o diferentes tipos de energía, se reagrupan configurando nuevos elementos, nuevos cuerpos. De ahí, que sepa, que tú fuiste varón en la otra dimensión y no hembra; de ahí, que fueras feo y no bella; de ahí, que fueras malo y no buena,... No recuerdas nada, porque en la otra dimensión viviste en la guerra y no en la paz suprema. Además, tuviste mucha suerte, porque esta dimensión es gigantesca y podías haberte reconfigurado por tus partículas subatómicas en otra galaxia, con otro sistema y en otro planeta. Éste es especialmente grato, para los múltiples planetas que existen en otros lados. Aquí se aceptan las almas de los animales, de los insectos y hasta de los virus o las bacterias, de otros espacios y tiempos, cada uno según se cantidad de onda-partículas subatómicas para reconfigurarlo en nuevas formas de la materia. En realidad es cómo cambiar de piel, cambias de cuerpo, de espacio y de tiempo, pero todo se conserva, sin que por ello nadie de la otra dimensión lo sepa.
Ella interrumpió al anciano, diciendo: <<¿Entonces ésto es el lugar de los muertos?>>. Y el anciano viendo su inocencia le dijo: <<No muchacha bella, es la de los vivos de otro tiempo>>.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.   



viernes, 13 de septiembre de 2013

El cazador de espíritus.

Aquella familia se encontraba allí acorralada. El padre le indicaba a sus hijas que se escondieran, mientras la madre miraba aterrorizada desde lo alto del descansillo de la escalera. El padre la esperaba con la puerta entre abierta. No sabían que hacer, ya había caído toda la ciudad, y el mal se extendía por todos los territorios. 
El padre meditaba sobre lo que había oído de esos seres llamados humanos, de esa máquina maldita que los habían llevado hasta sus territorios y como lo están colonizando todo, exterminando a todos los espíritus. El pobre lloraba desolado, no sabía que hacer, como se podría enfrentar a aquel cazador de espíritus que había llegado a su casa. Su mujer era más valiente que él, estaba allí fuera, vigilante, para avisar en caso de que comenzará a subir la escalera. Sus hijas estaban ya escondidas en aquel armario pequeño, pero podría ponerlas a salvo de aquel ser destructivo. 
Al instante la madre dió un grito, y se escuchó como avanzaba a toda prisa volando hacía la habitación, entró a corriendo, aterrorizada, diciendo: <<Acabo de ver a ese humano, iba a subir la escalera y traía un instrumento en las manos>>. Él hombre cerró la puerta, y le dijo: <<Huye por la ventana con la niñas y escapa ha esconderte en las cavernas de la montaña de los espíritus, pero que nos os vean, yo trataré de despistarlo>>. Ella en ese mismo instante, cogió a sus hijas y salió volando por la ventana con ellas. 
Al poco, un fuerte golpe en la puerta casi la derriba, el hombre con la cara desencajada, blanco como la nieve, se decía: <<¿Por qué tuvieron que venir al mundo de los espíritus? ¿No estaban mejor en la tierra esos seres malvados? ¿No tenían suficiente con el mundo físico? que ahora también desean destruir el mundo de los espíritus.>>. En poco tiempo, la puerta había sido derribada y un guerrero con una armadura que parecía futurista accedía a la estancia. Le gritó: <<Tú eres el último y estás acabado, éste mundo será nuestro y todos los espíritus seréis aniquilados>>. El espíritu del hombre se arrodilló y le pidió perdón, pero el humano malvado, llegado de mundo físico, no tuvo compasión, y de una sola acción lo ejecutó.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



jueves, 12 de septiembre de 2013

El rumor.

Era una mañana fría, de esas en la que los trabajadores se levantaban muy temprano para ir a coger el tren que los llevaría al trabajo. 
Él iba con retraso, a pié acelerado. Cuando en su camino, entre la penumbra del fin de la noche y el principio del amanecer, vió a un grupo de personas frente a una casa. El corro estaba formado por varias mujeres y un hombre. A pesar de que llevaba mucha prisa, su curiosidad por lo que sucedía fue mayor y se detuvo a la altura del corro para saciar su curiosidad.
Cuando llegó se detuvo y se aproximó diligentemente hacia el grupo y puso oído al asunto que trataban. El grupo comentaba en tema un tanto peculiar y raro. Comentaban que un muchacho que vivía en la casa de enfrente se había transformado en mosca y que se encontraba encerrado en la habitación desde hacía algunos días. Que era conocidos por todos de viajar en el tren por las mañanas para acudir a su trabajo. También decían que el muchacho era rechazado por la familia y que no sabían que hacer con el chico. 
Pasado unos instantes, miró su reloj, el tiempo se le había terminado, debía partir o perdería el siguiente tren. Salió corriendo hacia la estación y mientras llegaba, iba pensando: <<O la gente está loca y no saben que decir, o sí que es un caso extraño ese>>. 

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



miércoles, 11 de septiembre de 2013

Una idea brillante.

Lo tenía todo planeado al detalle; El hambre agudiza el ingenio y Damián no carecía de ingenio. Su pequeña empresa se había ido al garete, y la necesidad de liquidez era agobiante. La decisión estaba tomada: atracaría una sucursal.
    Eligió un banco de su pueblo cuyo acceso no era fácil y, en cambio, resultaría fácil la huida. Lo mas estrambótico de su plan era su disfraz y sus armas. Por si acaso algo salía mal y era detenido, no podrían acusarle de usar armas o de poner vidas en peligro, de ésta manera intentaba asegurarse la menor pena posible si la policía lo atrapaba.
    Lo que Damian no pudo imaginarse es que se haría famoso, o al menos famoso de una forma anónima. Dos dias después de haberse atrevido a dar el paso, algo que en última instancia le obligó a hacer acopio de valor, su hazaña se vió cubierta por todos los medios de comunicación, y hasta se vió a si mismo en el telediario, aunque nadie podía reconocerle bajo su original disfráz.
   El presentador del telediario hablaba casi humorísticamente del regreso del zorro, y mientras lo hacía, en pantalla podían verse las imágenes captadas por las cámaras de seguridad; En ellas se veía entrar a un individuo totalmente vestido de negro, con antifaz y sombrero de identico color, llevando una espada en una mano y una bolsa de deporte en la otra; luego se le veía salir y abandonar el lugar.
   Los diarios, trataban la noticia con identico toque humorístico, y aportaban fotografías en blanco y negro en donde su rostro no era reconocible. "Un atracador desvalija el banco de Santader disfrazado de..!El Zorro!"
   Lo más sorprendente, es que en poco tiempo tenía imitadores por toda la geografía, y un buen número de bancos fueron atracados por "el zorro."

Autor: D. José María Martín Rengel.


martes, 10 de septiembre de 2013

Poderoso caballero...

En cierta ocasión, ví una frase escrita en la pared de una obra. Me llamó la atención, y me quedó la duda de si sería obra de algún insigne filósofo, o si mas bien pudiera ser de un origen más vulgar. La frase, decía así: "Si un pobre va borracho, la gente dice: !Pobre borracho! Pero si un rico va borracho, la gente dice: !Bonito va el señor!"
     Una historia muy a cuento ocurrió con dos borrachos que se estaban peleando en plena calle a las tantas de la madrugada. Alertada la policía, una patrulla se personó en el lugar de la riña y se encontró con tan pintoresco panorama: Uno de los borrachos, iba muy bien vestido y su presencia era impecable salvo por el olor a coñac; El otro parecía un indocumentado y su olor era tan barato como un vino vulgar. Una vez efectuada la consiguiente identificación, resultó que quien olía a coñac era un conocido empresario, y que quien olía a vino, era un señor de Sória con pinta de vagabundo. El policía, que no era tonto, procedió a detener al señor de Sória, quien no sólo no se resistía, sino que respetuoso y educado, decía que él no había hecho nada malo. Al mismo tiempo, se le preguntó al potentado sobre lo que estaba ocurriendo, pero éste se limitó a gritar !Y a ustedes qué cojones les importa! !Quien coño les ha llamado! !Esto es un asunto particular entre el desgraciado ese y yo! !Yo soy un señor y pago el sueldo de ustedes! !Váyanse!
   Al final, el empresario local fué amablemente invitado a subir al vehículo policial para ser trasladado a su domicilio, so pena de que pudiera ocurrirle algún desgraciado percance dado el estado en que se hallaba; El señor de Sória fué despedido con cajas destempladas, y con la invitación de marcharse a su domicilio a la mayor prontitud.
    El empresario local se mareó y vomitó en el interior del coche patrulla, poniendo perdidos los asientos y amargando la noche a los funcionarios. El señor de Sória se tumbó en un banco medio oculto por un seto, y se dispuso a pasar la noche al raso...!Pobre borracho!

Autor: D. José María Martín Rengel.


A quién le importan las fotos.

Resulta muy cansino ser miembro del jurado en certámenes musicales como el que me tocó en cierta ocasión. Los pianistas, todos ellos jóvenes, suelen aparentar seguridad y destreza, como si la imagen de un músico, o incluso su lenguaje corporal, tuviera alguna importancia para el jurado. Nosotros nos ceñimos estrictamente a la interpretación; a la técnica, al estilo, a la ejecución... y por tanto da exactamente igual si el smoking está muy usado y tiene arrugas, o si el peinado es anticuado, el vestido es feo, las gafas son gruesas, etc,etc. Algunos me dirán aunque sólo sea por contrariarme, que la imagen es algo muy importante, y yo, que sé muy bien que es cierto, también por contrariarles les diré que en éste caso no es así: He visto grandes interpretaciones con una grosera barba de tres días y cierto tufillo axilar, o por el contrario, una penosa y vergonzante deconstrucción de Schubert, a cargo de una bellísima muchacha elegantemente vestida, y maquillada en exceso. Como prueba de ello, que mejor que el ejemplo de Albert.
    Por muy acostumbrado que esté uno, siempre hay alguien que te sorprende, y en éste caso, no sólo a mi, sino a todo el Jurado. Cuando Albert se dirigía al escenario para sentarse al piano, Marisa me dió un suave y bien disimulado codazo. Entre dientes, y mientras sonreía la oí decir: Fijate Paco, la pinta de cazurro que tiene éste... -y seguido y, ya riéndose abiertamente- ¿Y donde se habrá dejado el Hacha?
    Si hubieran visto a Albert, no les habrían sorprendido las palabras y la risa de mi colega del jurado: Pequeño y regordete, cejijunto o unicejo, de cabellos cortos y verticales que parecían hincados a martillo sobre el prominente cráneo... A mi me recordaba a Manolito, el hijo zoquete del tendero que solía salir en Mafalda, la genial tira cómica de Quino; La ropa le quedaba algo justa, y una cierta mirada porcina le daba un aire nada distinguido. Miré a Marisa y le dije: Bueno, vamos a ver que sabe hacer el chico, pero no entendí lo que ella me respondió, pues se tapaba la boca con la mano para que no se viera que se estaba riendo.
    Entonces, aquel muchacho de aspecto hosco y vulgar se sentó al piano, y por alguna oculta razón, supe en ese momento que algo iba a pasar. Y ocurrió.
    Marisa se estaba limpiando las lágrimas cuando sonaron los aplausos desde donde se sentaba el público asistente, y yo le dí a su vez un codazo con toda la intención, mi codazo estaba diciendo más o menos: ¿Y que me dices ahora? Ciertamente, parecía increíble que aquel tipo con un aspecto tan poco agraciado, nos hubiera llevado a todos al éxtasis más sublime durante 12 gloriosos minutos. Me consta que no salió muy favorecido en las fotos, pero ¿A quién le importan las fotos?   

Autor: D. José María Martín Rengel.


lunes, 9 de septiembre de 2013

A la fuga.

No sabía cómo había llegado allí. Era una especie de edificio gris plateado, en forma de rascacielos, hecho de hormigón armado y grandes ventanales. El se encontraba como en un patio exterior, de albero o tierra. Miró a su alrededor durante un largo tiempo, sintiendo que algo iba mal, se sentía prisionero en aquel enfermizo lugar. Observó que había un gran muro de cemento rodeando ese espacio diáfano, con grandes rejas que subía muy pronunciadamente hacia el cielo. Pensó rápidamente en fugarse de aquel sitio. No había nadie, o eso parecía. Él se dirigió hacía el muro y dando un salto de malabarista alcanzó la base de la reja, la cual trepó hasta lo alto. Después pasó la reja a horcajadas y descendió hasta la calle.
Al poco de darse a la fuga, comenzó a caminar calle a delante hasta llegar cerca de una iglesia o pequeña ermita en semiruina. Estaba tras otra reja, pero sin muro, era otra reja de alambre liso muy alta. Se percató de que alguien lo seguía, y dando otro salto se enganchó a dicha reja para resguardarse en aquella pequeña ermita o iglesia medio derruida. Cuando se encontraba subido en lo alto de la verja de alambre, llegó lo que le perseguía, era una energía de otro mundo, el cuál, lo miraba con malas inclinaciones. Él muy contento por haber conseguido subir a la verja, se balanceaba como un niño jugando en un balancín de alambre elástico. Ahora se aproximaba a su captor, ahora se alejaba, ahora se aproximaba otra vez,.... Parecía que tenía tal dominio de la situación desde esa posición que su captor sólo generaba más odio, por no poder cogerlo, a pesar de que se aproximaba mucho. Poco después, el captor con la rabia, saltó hasta la reja para darle caza, pero él saltó hacia el patio de la iglesia y después penetró en el interior de la misma, donde por alguna extraña razón, presentía que su captor no entraría. Pero no fue así, mientras él estuvo dentro observó que la iglesia estaba medio derruida, con vigas caídas, pinturas rojas desgastadas, mucha suciedad en el interior, mobiliario roto y todo en muy mal estado o desatendido. Entró en la nave central o interior, allí permaneció unos instantes, para observar a lo lejos,  a través de una ventana que hacía su captor; cuando vió que entraba en el patio y que iba acceder por una de las puertas, él se pasó a una pequeña capilla que había comunicada con la nave central y se colocó tras una columnata muy gruesa de piedra. Su captor entró y pasó hacia el altar mayor sin percatarse de que él estaba escondido tras la columnata, lo que tras ver a su perseguidor: alto, esbelto, con una larga cola, con cabeza de saurio y con cara alargada; le permitió darse de nuevo a la fuga. Salió huyendo del lugar a toda prisa y mirando asustado por donde podía escapar, contempló que podía huir por un lugar donde habían hecho recientemente obras, era como un muro pequeño de piedras de alcor con unión de cemento, donde se había puesto un doble vallado de alambrera metálica, pero de muy poca altura. Él corrió hacia el lugar, pensando que su perseguidor no lo podría seguir, pero pasó por lo alto de un camino de cemento fresco o recién echado, donde las pisadas quedaron registradas, y la dirección de la huida. Aun así, subió la primera alambrada y la saltó sin ninguna dificultad. Tras alcanzar el espacio entre la primera y la segunda reja de alambres, su perseguidor ya se encontraba en la puerta del edificio sacro buscando, él estaba a sólo un paso de la libertad, una pequeña alambrada y nada más.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


viernes, 6 de septiembre de 2013

Lágrimas secretas.


                                                                   " El día en que una golfa subió a los cielos"
                                                                    El mazazo, de Martina Barrenetxea.

Llorar no es ninguna vergüenza, le había dicho Mikel, su amigo alpinista. Esas mismas palabras se las había repetido él mismo muchas veces, pero Jorge no era capaz de llorar. Guardaba para sí su dolor y su angustia aunque algo traslucía, y no es que pensara que los hombres no deben de llorar, no era eso, era sólo que de alguna forma había erigido una especie de dique en su interior, una barrera móvil que se cerraba inmediatamente al menor asomo de llanto y que le impedía exteriorizar, aunque se encontrase totalmente sólo y a salvo de las miradas ajenas.
    Una noche de otoño, se encontraba trabajando cuando empezó a llover con fuerza. Las calles estaban totalmente desiertas, como si él fuera el único habitante de la ciudad. Continuó con su labor con las ropas totalmente empapadas, tratando de no pensar en nada y deleitándose con los efectos de la luz de las farolas bajo la lluvia  con los reflejos del empedrado bajo la intensa lluvia  En los bloques de pisos frente a la plaza, había luz en una única ventana, y se preguntó quien andaría despierto a tan avanzadas horas de la noche.
   Cargó en la camioneta todos los trastos antes de trasladarse, y se sentó en el asiento del conductor. Le incomodaban los pantalones empapados sobre el asiento, y con las manos empapadas no podía fumar. Decidió secarse las manos, poner la radio, y fumar un cigarro tranquilo a salvo de la lluvia  antes de poner el motor en marcha y trasladarse. En la radio  sonaron los tristes acordes de una canción que hablaba sobre una mujer que se pasó la vida esperando a su amor en el muelle de San Blas, y que su amor nunca volvió. Entonces ocurrió: Le vino de repente, igual que un ataque de tos o un estornudo, y no se frenó, se dejó llevar. Lloró con la potencia de una tormenta, con gemidos y sollozos; Lloró con grandes lágrimas que alcanzaron el cigarrillo, lloró lo que no había llorado durante tanto tiempo, sólo allí en la noche oscura y lluviosa a salvo de las miradas. El llanto duró casi lo que el cigarrillo, después se sintió mejor, como si se hubiese liberado de una carga que lo atenazaba.
    No dejó de llover en toda la noche, pero cuando acabó el trabajo y llegó a su casa, se metió en la cama y durmió como no recordaba haber dormido en mucho tiempo. 

Autor: D. José María Martín Rengel.


Puerto de retorno.

Regresaba de América después de cinco años. Ya lo veía, estaba allí, justo frente a ella, el puerto de Vigo. Por fin, se decía. Tantos años fuera de mi tierra, buscando regresar con una mejor vida. Y ¿con qué regreso?. 
Un día partí, para cumplir el sueño americano y hoy regreso con menos de lo que me fuí. Ese día, me llevé a América, muchos recuerdos, muchas ilusiones, muchos sueños. Hoy regreso, en éste gran barco, y veo con perspectiva a todos los que un día nos fuimos, a los que tuvieron éxito, a los que fracasaron y a los que perdieron todos sus sueños por empeño. A los que la desilusión hizo que los sus sueños y sus aspiraciones quedaran en el mar, tragándoselos sin más, a los que todo lo perdieron huyendo, a lo que nunca regresaran jamás. 
Cuando llegué por primera vez, todo era ilusión y esperanza, conseguir un empleo, conseguir una casa, encontrar un amado e instaurar una familia. Pero no fue así, no conseguí lo primero ni último, sólo encontré desprecio, mal vivir y mucho sufrir. Aunque por fin, hoy, regreso a donde nunca debí de partir.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.  


Pensamientos enterrados.

Todo había sucedido muy rápido cuando se quisieron dar cuenta. Estaban trabajando en aquella mina de Chile y en un instante, se vieron enterrados y atrapados sin salida posible. Los equipos de rescate trabajaban a destajo en la superficie, muy preocupados, porque aun no tenían contacto con los mineros. 
Aunque ellos lo tenían claro, el túnel que se había derrumbado sería restablecido en poco tiempo, ya que todos los que estaban allí encerrados era muy veteranos y conocían muy bien se trabajo. Además, sabían que tenían alimentos, agua y una buena bolsa de oxígeno en el área que habían quedado, por lo que era cuestión de tiempo el verse liberados. 
Mientras tanto, esperaban jugando una partida mus y conversando. Así le decía un minero a los otros: <<Por lo que sabemos, la ciencia son los números, un valor simbólico que constituye un gran sistema analógico que relaciona los principios abstractos con la concreción de las figuras geométricas>>. En eso le respondía un compañero: <<Hay que diferenciar entre la vía de la verdad y la vía de la opinión, porque el pensamiento se funda en la unidad del ser>>. Otro refería: <<No se os puedo olvidar el problema del movimiento y el cambio>>. Otro minero lo apoyaba y decía: <<Nada es, todo se halla en perpetua transformación e impermanencia, todo fluye>>. 
De otro lado del túnel se oían a otro grupo que decía: <<La materia se compone de: agua, aire, fuego y tierra>>; <<Pero que dices hombre, los cropúsculos son infinitos y ubicuos, todo está en todo>>; <<Ni hablar de eso, la materia está formada por átomos idénticos, de cuya agregación resultan las cosas concretas>>. Por último se oyó una voz que decía: <<Por encima de todo, la utilidad, para la vida, la política y lo social>>.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.


jueves, 5 de septiembre de 2013

Solamente una vez.

Si pudiera hablarse de la gloria como de un plato -tal vez un postre- Katherin podía asegurar haber comido mucha gloria  Su carrera cinematográfica había sido casi incomparable, y eso a pesar de que esos imbéciles de la academia se habían negado a otorgarle el Oscar que tanto merecía. Sus películas siempre fueron un gran éxito de taquilla, el público la adoraba allá por donde iba; había amasado una nada despreciable fortuna, y ahora ¿Que le quedaba? La certeza de haberse perdido algo la reconcomía; Nunca había amado realmente a nadie salvo a sí misma, y sabía que había sido culpa suya.
   No es que no lo intentara ¿Lo había intentado? Dos matrimonios y una larguísima lista de romances decían que si, pero ella sabía que no era cierto. Se había casado con un colega de profesión y luego con un productor muy conocido, y ambos matrimonios estaban muertos antes de empezar; el enorme ego de ambos, la total incapacidad para el mínimo sacrificio, ya fuera en tiempo o en dedicación los habían abortado. Luego estaba Hollywood, las grandes fiestas, los periodistas, los rumores...
   Una noche de fiesta desenfrenada se había llevado a su casa a un guionista de segunda fila, al salir de la fiesta, le había pedido al tipo que se escondiese entre los asientos del vehículo para que nadie pudiese verle, y el tipo había accedido. Luego en su casa sacaron la botella, pusieron música y el tipo era todo paciencia y amabilidad. Él le habló de sus guiones, de sus planes para algunas películas, y ella se rió con poco disimulo. Finalmente, la diosa se bajó de su Olimpo para convertirse en una mujer de carne y hueso, y entonces pasaron la noche como lo que eran: un hombre y una mujer. Pero a la mañana siguiente, la mujer cedió su lugar a la diva, y como suele decirse: "Si te he visto no me acuerdo". El guionista fué sacado de la mansión por la puerta de atrás y disfrazado de jardinero.
   Años después, a Katherin le dolía no recordar ni siquiera el nombre de aquel guionista  Pero en cambio si recordaba cómo la había tratado, o la risa que le entró cuando el hombre preguntó si podía ya levantarse del suelo del coche, o la ternura con que la había besado, un poco nervioso aún, como un cordero que no sabe si lo van a llevar al prado o al matadero, pero que igualmente está dispuesto a lo uno o a lo otro. Sólo cuando se bajó del tiovivo en que se hallaba, tras cansarse inevitablemente de dar vueltas sin sentido, sólo entonces recordó con nostalgia aquella noche maravillosa.
  Fué con un tipo que no buscaba salir en la foto ni ser entrevistado, un tipo al que lo único que le importaba era la mujer que se escondía bajo la apariencia de una estrella, y que aquella noche la encontró como ningún otro la había encontrado, ni antes ni después.

Autor: D. José María Martín Rengel.



El extraño encargo.

Para un profesional, no es de recibo rechazar un trabajo, pero Marcel se vió obligado a pensárselo. Marcel era como dos en uno, había trabajado para los servicios secretos franceses como liquidador, y su prestigio era tan alto que fué a su vez contratado por la CIA y otras agencias. Para la agencia francesa era "Le loupe" y para la CIA y demás, era tan sólo Jean Michel.
   El problema era que Jean Michel había sido elegido como objeto de venganza por parte de cierta agencia, y una de las condiciones para cerrar cierto trato, era que la CIA entregase como compensación, la cabeza de Jean Michel. Para ello, la CIA decidió contratar los servicios de Marcel, ignorando claramente que tanto Marcel como Jean Michel eran la misma persona.
   En realidad Marcel no pudo menos que sonreir cuando recibió el encargo de eliminarse a sí mismo; La elección fué facil: Eliminaría a Jean Michel, borraría su identidad, cesaría en toda actividad y dejaría un cadaver irreconocible entre los restos inidentificables de una fuerte explosión.
    Marcel notificó días mas tarde a sus contratantes que Jean Michel había dejado de existir. Como pruebas, ofrecía instantáneas de la explosión, la noticia del hallazgo de restos humanos imposibles de identificar, y una documentación falsa que hasta entonces había usado cuando se hacía pasar por Jean Michel. Nunca había hecho un trabajo tan fácil, simplemente eliminó una falsa identidad, mató a alguien que nunca existió. El pobre diablo cuyo cadaver utilizó, ya había muerto antes, así que pocas veces hubo un muerto más anónimo y menos llorado.

Autor: D. José María Martín Rengel.


El recepcionista.

Todos los días llegaban muchos visitantes a la ciudad que se hospedaban en nuestro hotel. Aquel día llegó un hombre con un bigote fino y largo, muy llamativo. 
Mis compañeros decían que era un hombre muy famoso, un artista de las vanguardias. Yo lo miraba con recelo, y me preguntaba: <<¿qué tendrá de especial éste señor?>>. 
El hombre no parecía gran cosa, pero parecía muy estrafalario vistiendo y hablando, como sí quisiera llamar la atención con cada gesto, con cada supuesto.
El día que llegó nos pidió la mejor habitación del hotel para hospedarse unos días en la ciudad, pero nos puso una condición para ello. Nos pidió, que para quedarse en el hotel y con la estancia más cara, el hotel debía subirle un burro a la habitación.
Yo cuando me lo pidió, me quedé pasmado y me dije: <<Pero ésto es subrrealista>>. Por lo que me dirigí a mis compañeros y les pregunté que sí podíamos conseguir un burro para el señor y su habitación. Mis compañeros se rieron y dijeron: <<Se estará quedando contigo, eso no puede ser>>. Yo les dije que no, que era totalmente en serio. Mis compañeros comprendiendo que la situación era extraña salieron a ver quien era ese señor, y cuando al instante regresaron, me dijeron, que ese señor era un catalán, un pintor muy famoso y que tendrían que conversar el asunto con la dirección. Por lo que fueron y hablaron con el director. El director bajo para verificar lo que le estaban contando y así fue. Cuando bajo vió al señor y dijo: <<Buscad inmediatamente una empresa de alquileres de burro y subirlo a la  suite presidencial, ese artista es un genio>>. 
Yo pensé: <<Aquí están todos locos, porque la frontera entre la genialidad y la locura es muy fina, y el loco se diferencia del genio, en que la genialidad concuerda con la realidad, mientras la locura no concuerda con lo real, y que yo sepa, lo subreal no concuerda con lo real>>. En esa ocasión, se le designó al buen señor su habitación y le buscaron un burro que lo acompañara llamado "fanfarrón". 

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



martes, 3 de septiembre de 2013

La pesadilla que soñó el mal.

Era una noche a fines del verano. Se celebraba una fiesta local, cuando los dos amigos, conocidos de la edad escolar se encontraron. Se vieron en el interior de una carpa, parecía una caseta de nailon con rayas verticales, a bandas verdes y blancas. Allí estuvieron conversando un largo rato, mientras acompañaban la conversación con reiterados pedidos a la barra. Tras un largo rato de conversación algo sucedió y todo cambió.
Uno de los amigos le dijo: <<Nos vamos>>. Él, le respondió: <<Pues claro>>. Salieron juntos, mientras iban paseando y sin saber cómo llegaron próximos a una especie de solar con una nave industrial rodeada de un grueso muro y una portada metalizada. Su amigo, se paró y la abrió, diciendo que quería enseñársela, porque era de su propiedad. Pero en su cabeza algo iba muy mal, no era esa su intención, su intención era ir allí, para con su vida ir acabar. Se quería suicidar. Y allí, penetró en busca de una arma, él conociendo por el rostro de su amigo que se iba a matar, no entró en aquel lugar y se esperó en el portal. Mientras su amigo entraba en el solar y llegando a una especie de contenedor de metal, que poco después en una especie de caravana se iba a transformar, con un gran ventanal que daba hacia la portada, pero sin cristal. Apareció su hermano mayor, el cuál, le preguntó, porque regresaba de la fiesta, por su hermano pequeño. Él, le contó, lo que intuía y su hermano mayor, sin dudarlo un momento en el solar entró, corrió hasta dentro de la caravana e intentó quitarle el arma que buscaba. Su amigo se volvió como loco, porque no le dejaba que con su vida acabara. Y cogiendo el mobiliario, las sillas y las mesas por la ventana comenzó con furia a lanzarlas, unas contra su hermano mayor, las otras contra su amigo por haberlo avisado.
A él, le entró tanto miedo que salió corriendo y el hermano mayor, viendo que no podía controlarlo, huyó con él para pedir ayuda. Lo dejaron sólo, abandonado, o al menos, eso era lo que sentía en su estado. Pero no, ellos fueron a buscar a la policía, y así el hermano mayor se lo decía. Primero le dijo que se quedara en la puerta vigilando para que su hermano menor no cometiera aquel acto, pero viendo que no superaba el pánico, los dos fueron corriendo por la calle lateral en busca de alguien que les pudiera ayudar. De ese modo, en aquella calle principal, encontraron, aunque era muy de noche, abierta, una tienda comercial. El hermano mayor entró, y le dijo que sí lo podría vigilar, pero el comerciante se negó a ayudar. Le contestó que a lo mucho a la policía podría llamar. El hermano mayor como vió que no consiguió nada, volvió corriendo a la calle y desapareció en busca de una patrulla.
Él por su cuenta se había quedado sólo en aquella calle, con el solar industrial al fondo, y tenía la impresión de que su amigo, ya no se quería suicidar, sino que por venganza, ahora lo quería matar. De modo que salió huyendo de nuevo, cuando llegó al final de la calle comercial, giró intentando despistar a su perseguidor, el cuál, lo venía siguiendo en un vehículo con cara de odio, él lo intento despistar, girando hacia una cuesta abajo, donde se cruzó primero con un hombre, que a él lo veía sudando y muy asustado, al que le narró, que le estaban persiguiendo para matarlo. Pero aquel hombre, que bajaba la cuesta, le dijo: <<¿Estás seguro? Yo no veo a nadie, tú no estás en tú sano juicio>>. Él mientras huía, por la rabia que sentía de que no lo creía, volviendo el rostro atrás le dijo: <<Algún día morirás y entonces te acordarás, porque en penas habrás de reventar>>. Siguió hacia adelante, y en un cruce de calles vió aquel coche, como desde el otro lado de esa calle, lo observaba por la ventanilla, dando la vuelta a la manzana para cogerlo. De nuevo, salió huyendo, llegó, él, al final de la cuesta bajo y se tranquilizó un poco, porque allí, vió las luces de la fiesta, que parecía una feria o una verbena, y encontró al girar de nuevo hacia la derecha a otro hombre; a este le contó lo mismo que al primero y le dijo: <<ayúdeme, estoy muy cansado, ya casi no puedo caminar y me quieren matar>>. El hombre un poco incrédulo le dijo: <<Yo no veo a nadie, mirando hacia atrás, pero bueno te voy a ayudar, te acompañaré hasta el final>>. Éste hombre era mayor, canoso y con barba, un poco regordete como el primero, pero no con tanta panza, además cuando se cruzó con él, estaba paseando para adelgazar, y por eso sudaba. De modo, que él, siguió huyendo, pero cada vez más y más cansado, con las piernas muy pesadas y aquel hombre sencillo, humilde como la plata, le siguió hasta el final de la calle, donde otra pequeña calzada cruzaba. Allí encontraron a gente y eso un poco lo tranquilizaba, había muchas chicas jóvenes, y en el otro lado de la calle que cruzaba, el hombre que lo acompañaba, encontró a su hija, la cuál lo llamaba, el hombre se puso muy contento, porque no sabía donde estaba, y él dejándolo en su encuentro tan deseado, cruzó y pasó a la cera que hacia una próxima ladera lo llevaba. Se encontraba en zona segura pensaba, rodeado de muchas personas, junto a la casetas. Pero no, que error, aun le espera un gran horror. Se encontró en la puerta de las casetas a una familia recién llegada, parecían gente buena, gente llana, gitanos de nacionalidad Rumana. El patriarca estaba en la calle sentado con la matriarca, que estaba embarazada, al lado, tres o cuatro chicas jóvenes que parecían sus hijas. Cuando comenzó a pasar por delante de ellos, entre la estrecha baranda y la entrada de las portadas, tocó en el hombro a dos de ellas, la primera sonrió, una dulce fragancia para sus cabellos el ofreció, la segunda le volvió la espalda atemorizada, porque parecían prostitutas en la esquina de una calzada. En aquel momento llegó un hombre de su etnia, guapo, arreglado, con ojos torvos hacia él, y le contó algo al patriarca, el cuál, se levantó deshonrado y con un gran enfado, se dirigió a las muchachas, comenzó a llamarlas zorras, guarras, y golpearle la cara; después cogió a la matriarca embarazada, que tenía marcada con una "V" roja la cara, era una marca aborigen australiana, la puso en la esquina de la caseta, bajo una luz blanca, y luchando entre el amor, que lo detenía, cuando miraba a la criaturas que llevaba en su vientre, su familia, y su honor, deshonrado que se sentía, comenzó a insultarla, la cogió del cuello para matarla, y malograrla. Él viviendo aquella escena de terror, huyó, sin saber el resultado, sí el amor había detenido aquel gesto homicida, o si al contrario el deshonor, lo había convertido en infanticida.
Ya estaba muy cansado y ahora intentó escapar, subiendo una colina, pero sentía un peso tan grande encima, las rodillas doloridas, era como sí llevara un gran peso arrastrándolo todo el trayecto, le recordaba a un personaje bíblico, aunque no era capaz de saber a quien. Subió aquella ladera, como sí fuera una cordillera, casi de rodillas, iba casi arrastras entre un montón de flores sembradas, entre árboles frutales y plantas, que además estaban por un montón de periquitos regadas. Él iba intentando agarrarse a los periquitos de metal, para hacer fuerza y escapar, hacia la mitad, el hombre que dos veces le había negado la ayuda, una tercera se la volvió a negar, la situación era muy extraña, 3 veces apareció, en distinta situación y tres veces se la negó. La última, se veía como él, la mano le tendía y ese hombre la escondía, a pesar de ver que se arrastraba como podía. 
Ya casi cuando estaba llegando arriba, una mujer o una chica, lo perseguía, aunque no era en  sí una mujer, era algo que la poseía, con unos ojos ensangrentados, con el rostro muy desfigurado, queriéndole hacer creer que la culpa era de una mujer, le decía: <<Ya casi tengo, por ir a tú padre a decírselo>>. Él la miró con terror, viendo aquellos ojos ensangrentados, rojos como el calvario, y aquel ser, sostenía una taza de porcelana blanca en la mano, con una cucharilla del mismo material, muy fina, amenazándolo, como sí de un clavo se tratara o como de una afilada espina. 
Al poco amaneció, había llegado a la cima, antes de la hora en que el gallo cantaría.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.



lunes, 2 de septiembre de 2013

A las afueras de la ciudad.

Salió a pasear a las afueras de la ciudad. Por fin se encontró libre de rencor, libre de odio y de remordimientos. Le acompañaba su fiel perro, el cuál movía su cola y corría delante de él. Él tan sólo quería pasear, no había más fin, ni más objetivo, contemplar la naturaleza amplia, luminosa y el verde que aquella pradera con flores de mil colores que le ofrecía la primavera. 
Era verdad que había pasado por muy malas experiencias el invierno pasado, pero ahora, toda era hermosura, delicadeza, suavidad y elegancia en la magestuosidad. Aire puro, las grandes montañas al fondo, erguidas con la nieve en deshielo, la amplia pradera que recorría aquel pequeño, pero tierno sendero, los pájaros cantando con su elevado encanto, el Sol fuerte y reluciente. 
Que día tan maravilloso, y tan sólo, un soplo de aire fresco, valiente, consciente de su presencia. ¡Que paz! ¡que felicidad! ¡que tranquilidad! ¡que dulce armonía!. Todo aquello era la alegría, que la ternura y el amor de la naturaleza transmitía. Era sabiduría en estado puro, equilibrio amado; suntuosidad, efervescencia de la vida, realmente comprendida. Limpia, suave, delicada, tierna y esperanzada; sin malas pasiones, sin falsas emociones, sin miedos ni terrores. Sólo cálida vida, paz bien nutrida, relaciones comprendidas y sueño agradable de mil pareceres estables, admirables.

Autor: D. Jesús Castro Fernández.