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jueves, 3 de octubre de 2013

Una maleta.

Cuando el teléfono sonó a las 5 de la madrugada, el señor Medina miró al aparato con odio intenso. Poco podía imaginar el hombre, la tragedia que aquella intempestiva llamada iba a comunicarle.
   -¿El señor Antonio Medina?
   -Si, dígame ¿Quien es?
   -¿Es usted el padre de Ángela Medina verdad?
Se incorporó. Dentro de su cabeza empezaron a bullir amagos de alarma, oscuros presentimientos.
   -Si, efectivamente, Ángela es mi hija.
   -Verá señor Medina...Lamento muchísimo tener que comunicarle que el avión en el que viajaba su hija ha sufrido un accidente...
   -¿....? ¿Como?..
   - No disponemos de mucha información por el momento señor, lo único que sabemos es que el avión se estrelló, nada más. Los servicios de emergencia ya se pusieron en marcha, hay una investigación, y una búsqueda...Queríamos ofrecerle a usted nuestra colaboración en todo lo posible, y quisiéramos saber si usted o algún otro familiar va a venir para acá...
  Cuando aterrizó en el aeropuerto de Bogotá, le estaban esperando. Lo trataron con infinita amabilidad y lo condujeron al hotel, el mismo hotel en donde se hospedaba su hija; Ella estaba allí por razones de trabajo, y había realizado un breve viaje a un país vecino. Le recomendaron que subiese a su habitación y que descansase unas horas; Nada podía hacerse por el momento. Se había confirmado que no hubo supervivientes, y peor aún, la identificación de los restos iba a resultar una muy ardua tarea: Apenas había cadáveres, sólo miembros destrozados y esparcidos en una extensísima zona.
   Un par de días después, Antonio Medina fué llamado al despacho del director del hotel. Dado que regresaba a España en el siguiente vuelo, el director quería darle el pésame, desearle lo mejor, y un último y pequeño detalle, algo con lo que no habían querido molestarle pero que podía ser importante: La señorita Ángela Medina había dejado una maleta en su habitación.
   Cuando vió la maleta, tuvo que reprimir el incipiente llanto por enésima vez. Era aquella maleta blanca que el mismo le había regalado unos meses atrás. Sólo en la habitación, acarició con sus manos la maleta, la olió incluso, pero no quiso abrirla. Todo lo que quedaba de su hija, de su hijita del alma, era una simple maleta. Eso era lo único que traería de vuelta a España.

Autor: D. José María Martín Rengel.



    

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