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martes, 22 de octubre de 2013

Nada que perder.

El abuelo de Klaus estuvo en la segunda guerra mundial y fué un héroe, tiene una cruz de hierro de primera clase que lo atestigua  aunque él en un alarde de modestia  siempre le quitó importancia y nunca quiso hablar de ello. Esta vez, y ante nuestra insistencia, se puso muy serio y dijo que nos lo contaría; Sólo por ésta vez -dijo-.
   "Estabamos en Ukrania, cerca de Kiev, y yo recibía periódicamente cartas desde Breslau, donde vivía Helga, que por entonces era mi novia. Eran unas cartas que me recordaban que había un mundo distinto al del frente, un mundo que me esperaba para cuando terminase la guerra. Un día recibí una carta en la que Helga me contaba que sus padres habían decidido que se casara con un terrateniente, que había decidido hacer caso a sus padres, y que lo nuestro terminaba: Era la última carta que me escribía.
   Dos días después yo seguía hundido moralmente, nadie me esperaba ya en casa. Entonces me enviaron a mi y a otro soldado llamado Jurgen, a inspeccionar unas trincheras cerca de la vía férrea que ya habíamos abandonado en nuestra retirada. En una casa de campesinos, logré hacerme con una botella de vodka !Creéd que la necesitaba! Al llegar la noche me la bebí en una trinchera y me dormí. A la mañana siguiente me desperté oyendo extrañas voces, me dolía la cabeza, tenía la boca seca, y me ardía el estómago. Puse atención y descubrí que se trataba de soldados rusos. No había rastro de Jurgen. Estaba sólo y pensé que había llegado mi fin, casi sentí alivio, pero no miedo, no tenía nada que perder y estaba harto de la guerra. Quité el seguro a una granada y la lancé por donde venían las voces, escuché un grito y luego la explosión. Luego me quité el casco, prefería morir rápidamente  que caer herido grave. Después corrí, disparé, seguí corriendo y disparando y me escondí. Cinco rusos se rindieron y doce estaban muertos, ellos creyeron que éramos una patrulla y se sorprendieron mucho cuando vieron que yo estaba completamente sólo.
   El comandante Hoeness  me felicitó, y me dijo que me darían una medalla. Al día siguiente el general Von Leeb en persona me impuso la cruz de hierro de primera clase, y todo el mundo me felicitó. Los muy idiotas me consideraban un valiente, no imaginaban que yo ya no tenía ningún valor como combatiente, que hice lo que hice porque me desperté aún  medio borracho, y me daba igual todo porque no tenía nada que perder. Me dieron un permiso especial, y fué entonces cuando conocí a tu abuela -y miró a mi amigo Klaus- pero eso es ya otra historia"

Autor: D. José María Martín Rengel.





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