Se encontraba sobre el puente mirando los remolinos del agua, fascinado con la negrura y el olor del río. Se había encaramado sobre el borde y se disponía a saltar cuando oyó un grito de mujer desde el lado mas cercano del puente. Cuando miró, vió a dos hombres que sujetaban a una mujer, era muy tarde y no había nadie más por allí.
Sintiendose desgraciado, había planeado arrojar su cuerpo a las aguas, y había decidido hacerlo a una hora en la que nadie pudiese contemplar su hundimiento final. Pero alguien más estaba utilizando la impunidad de una noche de invierno, y alguien estaba suplicando ayuda.
Con una total ausencia de miedo, se dirigió rápidamente hacia donde provenían los gritos, dos tipos estaban intentando arrancarle las ropas a una mujer joven. La chica había intentado resistirse, pero tras los primeros golpes, tortazos, y patadas, parecía haberse rendido.
Lo siguiente que vió fué el techo de una celda. Allí permaneció hasta que lo llevaron a los juzgados, y de allí a prisión. Se le acusaba de agresión y violación, la victima estaba ingresada en el hospital en estado de coma, y el era considerado una basura.
Después de algo más de un mes en prisión, lamentaba no haberse arrojado al río. No sólo no había logrado impedir la agresión, sino que además de sufrir él mismo una brutal paliza que lo dejó inconsciente, ahora le iba a caer una gravísima condena por una horrible agresión. El padre de la victima había declarado a la prensa local, que lamentaba no poder matar con sus manos al agresor de su hija. Ya la sociedad entera le había condenado y le consideraba un horrible monstruo, sólo faltaba que el juez dictara sentencia cuando se celebrase el juicio.
No podía dormir, y desesperado rogó a Dios que se lo llevase ¿Qué más quería de él? ¿Es que no había sufrido ya bastante? Como lo vigilaban para impedir que se suicidase, y terminase así con aquella tortura, pensó que iba a volverse loco. Sólo logró dar un gran cabezazo contra la pared antes de que lo sujetasen, pero no fué suficiente para lo que pretendía. Lo llevaron a la enfermería y le cosieron la enorme brecha, amaneció amarrado a una camilla con un dolor horrible en el cráneo.
Mientras pensaba en qué seria lo siguiente, el alcaide en persona se dirigía a la enfermería para verle. La noche anterior, la chica había salido del estado de coma, y había relatado a la policía cómo un par de hombres la atacaron y la golpearon mientras le arrancaban la ropa....También preguntó por su salvador, el hombre que viniendo desde la oscuridad se enfrentó con sus manos vacías a sus agresores, y que se llevó la peor parte. Ella misma observó desde el suelo como volvían a por ella mientras el desdichado sangraba inconsciente sobre el suelo ¿Había muerto? Nadie se atrevió a decirle a la chica que su héroe estaba en la cárcel, pero los policías -conmovidos- decidieron informar inmediatamente al juez.
Autor: D. José María Martín Rengel.
Sintiendose desgraciado, había planeado arrojar su cuerpo a las aguas, y había decidido hacerlo a una hora en la que nadie pudiese contemplar su hundimiento final. Pero alguien más estaba utilizando la impunidad de una noche de invierno, y alguien estaba suplicando ayuda.
Con una total ausencia de miedo, se dirigió rápidamente hacia donde provenían los gritos, dos tipos estaban intentando arrancarle las ropas a una mujer joven. La chica había intentado resistirse, pero tras los primeros golpes, tortazos, y patadas, parecía haberse rendido.
Lo siguiente que vió fué el techo de una celda. Allí permaneció hasta que lo llevaron a los juzgados, y de allí a prisión. Se le acusaba de agresión y violación, la victima estaba ingresada en el hospital en estado de coma, y el era considerado una basura.
Después de algo más de un mes en prisión, lamentaba no haberse arrojado al río. No sólo no había logrado impedir la agresión, sino que además de sufrir él mismo una brutal paliza que lo dejó inconsciente, ahora le iba a caer una gravísima condena por una horrible agresión. El padre de la victima había declarado a la prensa local, que lamentaba no poder matar con sus manos al agresor de su hija. Ya la sociedad entera le había condenado y le consideraba un horrible monstruo, sólo faltaba que el juez dictara sentencia cuando se celebrase el juicio.
No podía dormir, y desesperado rogó a Dios que se lo llevase ¿Qué más quería de él? ¿Es que no había sufrido ya bastante? Como lo vigilaban para impedir que se suicidase, y terminase así con aquella tortura, pensó que iba a volverse loco. Sólo logró dar un gran cabezazo contra la pared antes de que lo sujetasen, pero no fué suficiente para lo que pretendía. Lo llevaron a la enfermería y le cosieron la enorme brecha, amaneció amarrado a una camilla con un dolor horrible en el cráneo.
Mientras pensaba en qué seria lo siguiente, el alcaide en persona se dirigía a la enfermería para verle. La noche anterior, la chica había salido del estado de coma, y había relatado a la policía cómo un par de hombres la atacaron y la golpearon mientras le arrancaban la ropa....También preguntó por su salvador, el hombre que viniendo desde la oscuridad se enfrentó con sus manos vacías a sus agresores, y que se llevó la peor parte. Ella misma observó desde el suelo como volvían a por ella mientras el desdichado sangraba inconsciente sobre el suelo ¿Había muerto? Nadie se atrevió a decirle a la chica que su héroe estaba en la cárcel, pero los policías -conmovidos- decidieron informar inmediatamente al juez.
Autor: D. José María Martín Rengel.