La Nochevieja también se celebra durante la guerra, y Vasily la celebró con sus compañeros de armas. Estaban en un campamento junto a los pantanos del Prypet, y ansiaban entrar en combate contra los alemanes con los tanques nuevecítos que acababan de recibir.
El vodka corrió a raudales y enseguida empezaron a entonar canciones melancólicas. Quien mas y quien menos, todo el mundo tenía en su mente a alguien a quien echaba en falta: Los padres en unos casos, o la novia, o incluso la esposa y los hijos en otros casos.
Al mediodia del 1 de Enero, Vasily convocó a sus hombres, tenían órdenes dirigirse con los nuevos T 34 a través de una ruta que los llevaría a contactar con los guerrilleros que hostigaban a los alemanes, había depositadas muchas esperanzas en la nueva remesa de carros blindados, así como en la contraofensiva orquestada por la STAVKA, aunque todo el mundo sabía que el verdadero cerebro no era la STAVKA ni Stalin sino el mariscal Zhukov.
Con la moral muy alta, y total ausencia de miedo, y también con un muy alto espiritu de sacrificio, el capitan Vasily Korolev se internó en la zona pantanosa con la 8ª sección de blindados. Nadie podía prever la tragedia, el infortunio ingrato que sólo la muy mala suerte y un leve error trajeron aquella jornada. La ruta a seguir, muy clara en los mapas, no lo era tanto sobre el terreno, pero Vasily prefirió seguir avanzando, antes que mostrarse dudoso ante sus hombres. A media tarde, la luz ya era escasa, y el terreno parecía un laberinto de sombras y vegetación.
Cuando su tanque se detuvo por la imposibilidad se seguir avanzando, Vasily notó una grave sensación en la nariz, como si se oliera la tragedia. La presión sanguínea apenas era contenida por los vasos, y Vasily sentía sus latidos hasta en los lóbulos de las orejas.
Media hora mas tarde, Vasily ya había sido informado por radio de la situación. Absolutamente todos los tanques estaban imposibilitados de avanzar o retroceder. Había que dar por perdidos todos los blindados, y con ello la misión encomendada. Daba igual que pudiese justificar el error, estaba perdido; Había conducido a una brigada de carros blindados hasta el mas ingominioso desastre, sin entrar ni siquiera en combate.
Prefirió evitarse la vergüenza de ser juzgado, y fusilado por inutil. El era el único responsable, y casi sonrió cuando se llevó el cañón de su pistola a la boca. No dió órdenes, no dejó notas, ni le dijo nada a su ayudante, ya nada importaba. Casi con una sensación de alivio, apretó el gatillo.
Autor: D. José María Martín Rengel.
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