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jueves, 18 de diciembre de 2014

Defecto genético.

Me ocurrió hace muy pocos años, durante las navidades. Yo me lo estaba pasando bien -y pensaba pasarlo aún mejor- cuando la realidad de la desigualdad fue a pararse justo delante mis narices. Casi me estropea la fiesta, pero nunca lo he olvidado.
   Mi amiga Edna y yo íbamos a pasar la noche juntos. El plan era cenar, tomar unos "cubatítas" y, regresar a mi casa con una botella de buen vino tinto. Era una noche fría, como corresponde a las últimas semanas de Diciembre en el nordeste de la península. El obligado ritual comenzaba en el cajero automático, punto de partida imprescindible casi siempre, pero necesidad absoluta si quien te acompaña, es el espíritu de una mujer, en el cuerpo deseado de una mujer.
   Al entrar en el cajero, Edna María se agarró mas fuerte a mi brazo: Tumbado en el suelo, con una súcia manta y varias bolsas bolsas alrededor, se hallaba un señor bastante mayor, con barba blanca poblada, y una ligera resignación en sus triste ojos. Nos miró, vio que sólo éramos una pareja -no había peligro- y se desentendió de nosotros. Casi parecía estar pidiendo perdón por estar allí, ofreciéndonos una visión desagradable.
   Edna me susurró al oído un: Ay que lástima pobre señor. Yo la consideraba un poco golfa y caradura, pero consideré que quizás era sincera su conmiseración hacia aquel hombre mayor que iba a pasar la noche en el cajero.
    Cuando la máquina me extendía mi oro, le miré intentando parecer humano. Si el hombre hubiera sido joven, habría sido distinto, pero verlo ya tan mayor y tan desvalido, no podía dejarme indiferente. Le ofrecí un billete pequeño -yo era un obrero- y el tipo me dijo que si no me importaba, mejor le daba un cigarro.
   Hay que ser modesto, y no alardear de virtudes que no se tienen, pero me conmovió con sus ojos resignados, sus bolsas con restos de alimentos, y  su manta. Tampoco hice nada: No le ofrecí dormir en mi casa calentito -y podía haberlo hecho- No le ofrecí treaerle algo, o llevarle a tomar algo caliente. Le di la miseria de 5 euros y tres cigarros (me quedaba poco tabaco).
   Los ojos que puso cuando vió que le caían tres cigarros (mas que por los 5 euros) casi me estropean la fiesta. Comprendí que para su planificada noche de "fiesta", en la soledad de un cajero cualquiera, tres putos cigarros para pasar la noche, eran mucho mejor que cinco euros de mierda en el bolsillo.
    Luego nos fuimos y cenamos. Los ojos de aquel señor de al menos 60 y mas años, con su barba y sus bolsas, aún me persiguieron un rato, pero finalmente, los ojos de la rubia brasileña Edna María, con sus risítas y sus guiños, hicieron que se me olvidara. Ya no pensé mas en aquel hombre. Tras la cena, tomé un café con gotas de coñac, luego ambos nos tomamos unos cubatas de JB, mientras a nuestro alrededor -era un restaurante- la gente parecía disfrutar de la noche, risas y jolgório.
  Antes de pedir la cuenta, encargué un tinto bastante decente para llevar, nada del otro mundo, 12 euros la botella. Edna empezó a acaramelarse conmigo, sin duda influida por el ambiente: Vayámonos a tu casa, dijo en susurro, clavándome sus ojos verdes.
    Y nos fuimos. Por la mañana, me levanté y me vestí sin ducharme, como con prisa. La dejé en la cama y la dije que iba a comprar, ella ni siquiera abrió sus ojos verdes somnolientos, de su boca, o tal vez de su nariz, sólo surgió un: Mmmm. Fui al cajero, al mismo de la noche anterior, y que no era el mas cercano, pero aquellas barbas con manta  y bolsas, ya no estaban. ¿Porqué lo busqué? Pues no lo sé. Debe de tratarse de algún defecto genético.



Autor: D. José María Martín Rengel.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Olóres.

Los rumores que corren sobre mi supuesta falta de higiene son absolutamente falsos. Me molesta bastante que cuatro imbéciles anden por ahí diciendo que yo NUNCA me lavo, y en cuanto me los eche a la cara, los voy a enterar.
   Me parece muy feo andar por ahí hablando a espaldas de uno ¿Por qué no se han acercado hasta mi y me lo han dicho delante de mis narices? ¿Eh?
   Yo me lavo. Precisamente hace dos semanas desde que lo hice la última vez, era sábado, y me acuerdo muy bien, porque además, me cambié la ropa interior y los calcetines, y aproveché para cortarme las uñas de los píes, hacía tiempo que no me las veía y, descubrí que estaban un poco largas.


Autor: D. José María Martín Rengel.